Wednesday, June 30, 2004

Busquen información sobre Ciudad Juarez.

¿Y conseguiste lo que
querías en esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado en la tierra.

Tres Rosas Amarillas.

Tuesday, June 29, 2004

Es invierno, recién empieza.
Cuando camino
a veces piso hojas, que hacen ruido.
Siento que me quedo un poco quieto. A veces. O que crezco, pero eso casi nunca.
Yo no soy de los que se enferman. Tengo buena salud, aunque se supone que no. Se supone que tengo las defensas muy bajas, pero no me enfermo. O a veces me enfermo, pero no me importa, y sigo haciendo mi vida normal hasta que se me pase.
La ceniza se queda en el cenicero y el humo no.
Hoy di un parcial. Mañana doy dos. Y tengo que hacer dos trabajos prácticos. Me preocupa, pero seguro me va a ir bien.
Ahora voy a salir del cyber. Afuera debe hacer frío porque la luna no se ve aunque yo esté descalzo. Me voy a tapar la boca con la bufanda porque me corté un labio afeitándome, y el frío hace que me duela. Alguien me va a hablar y no le voy a responder porque voy a tener la boca tapada por la bufanda. Yo vivo a unas 7 cuadras de este cyber. Me gusta caminar a la noche. Me gustaría caminar más, pero tengo cosas que hacer.
Mi departamento está desordenado, igual no me importa. Igual mañana lo ordeno.
Viento.
No llueve. Ya llovió.
A mí la música me gusta mucho. cuando llegue voy a escuchar Moldy Peaches mientras me baño. Me voy a bañar para despertarme asi estudio un poco. Tengo dos parciales y tengo que hacer unos trabajos prácticos. Espero que no me cueste. Seguro me va a costar.
Afuera no llueve. Tampoco hay muchas personas. Hay una avenida y yo pienso en avenidas. Pero muy pocas personas. Algunos autos.
Chau. Un beso.

Listen, listen to my words, they're not your words, they are My words.

Monday, June 28, 2004

Adelante, compañero.

En todo poema están implícitas la eternidad y la muerte. De su unión, a veces surge el amor. (En cuya factura es legible la tragedia). El amor y el odio son más o menos lo mismo.
Todos los poemas son poemas de amor, odio, muerte, eternidad y tragedia. No hace falta nombrarlos más que cuando se ausentan.
La soledad sobrevuela a todas las cosas. La soledad está sobre todas las cosas. Les acaricia el cráneo. La parte superior del cráneo. Incluso a la locura.
La soledad quizás sea la forma más suave y sutil de locura.
Los sentimientos se tornan suaves.
La locura viola a la mecánica del mundo real. La locura es, sin locura, incomprensible.
La mecánica del mundo real viola a la locura. Por el culo.
La mecánica de la locura es coherente. Guarda una coherencia irreal.
En la inteligencia del mundo reside el entendimiento de lo irreal. Saber pensar lo irracional. Mas la locura es inalcanzable.
Todo aquel que sea creador, viola a la mecánica del mundo real.
Todo aquel que sea creador está más o menos loco.
Todos somos más o menos creadores.
¿Cómo construir un puente?
No existe la no-locura. No existe la no-no-locura.
Toda creación tiene un punto de partida y uno de llegada. Como las civilizaciones, como las ciudades, como los libros, un nacimiento y una muerte. Y estaciones.
Toda creación guarda una coherencia común a la coherencia de la maquinaria del mundo.
Toda creación guarda a la no-locura.
Toda locura parte de la no-locura para llegar a lo que es: locura.
Toda locura, toda creación de la propia locura, guarda leyes.
Leyes con una mecánica. Sistema de leyes.
La mecánica y el sistema son siempre relativos al mundo.
Ninguna locura se sale por completo del mundo.
Ninguna locura real tiene nada que ver con el mundo.
Nadie que haya visto solamente a este mundo, puede imaginar colores que no estén en este mundo.
Nadie puede imaginar o crear lo que no vio.
La locura guarda alucinación, sea de imagen o no.
(La alucinación que no es de imagen es de pensamiento: de lenguaje o abstracto)
(El pensamiento es mecánico; si no, es sensación)
(Nadie que conozca la mecánica de solamente este mundo puede imaginar mecánicas ajenas a este mundo)
Todos estamos más o menos locos.
Toda alucinación parte de este mundo. Es finita.
Tan finita como nuestra percepción.
Como nuestras creaciones.
La locura no es tan grave, che.
Siendo la soledad la manera más suave y sutil de locura.

Y Gabriela fue al médico. Me acarició
el pelo antes de decir que iría.
Un museo de posibilidades,
vitrinas vacías, amor caro
posiciones sexuales incómodas
y un brillo inesperado en cada ojo.

Contaba la historia
comentando que se trata de la historia
de un crimen atroz. Sonreía
casi nunca y le gustaba reírse de eso.

Pura histeria y nada de método,
el hueso
de la mandíbula donde se centraba
parte de su encanto podía desencajarse.
Me miraba con lástima, volvía
a acariciar mi pelo pidiéndome
que vaya a la peluquería como condición.

Le gustaba reírse a la mañana
de mis sueños y pesadillas. sos
un poeta triste me decía con su mano
bajando de mi cabeza, un soñador
más. Yo, dándole la razón, bajaba la cabeza
y pensaba en cómo convencerla de que la quiero
más que a mi novia anterior.

Claro que eso, como todo,
o todo lo que le decía, no fue verdad.
De nuevo ella tuvo razón.
Teníamos mucho en común.
Una afición por las historias de amor
y las colecciones ajenas. Como amante
siempre fui un guerrero que sabe
que no hay posibilidades de salir vivo
en esta batalla. Pero mi naturaleza
es inquebrantable, a pesar mío,
en ella me voy a quedar.





Como cera que se ablanda
una rima brota de la memoria
y calla. Habitaciones y enemigos gratuitos
detrás de la esquina
un soldado, sus botas.
El sonido de una espada desenvainada
puede ser la verdad. A esta hora
la única. Las gotas golpean
como martillos a mi ventana
pero no llueve ni va a llover. Un soldado,
sus botas. No puedo esperar. Un montón de libros
como insectos con las aladas arrancadas,
el mismo zumbar,
un peligro cercano,
lo femenino.

Sabemos que descalzos podemos mirar la luna
desde la luna. Queremos, o no, caminar
conocidos o desconocidos. Podemos vomitar una ciudad entera
desde mi balcón
si tomamos suficiente. Me tienen encerrado
a agua y pan, como a un rincón triste.
Podemos bailar mientras la noche avanza
y caer dormidos.
Jamás
nos perdonamos
ni nos vamos
a perdonar. Una piedra
cae desde el cielo y destroza a otra piedra
y otra piedra y quizás
otra piedra como el mango de la lanza. Destinado
a lo feo, eso dijiste
con una copa de vino y mirándome a los ojos
y persiguiendo la corriente del río más débil de la ciudad.

Wednesday, June 16, 2004

Tengo abiertas varias ventanas con páginas sobre Philip K. Dick.
Las manejo, muevo, restauro, minimizo, maximizo o hasta cierro a mi arbitrio.

Saturday, June 05, 2004

Yo quiero una española con un vestido rojo y una trenza negra que escuche a Chavela Vargas y baile.

Yo quiero una rubia que cante bien y mire a los ojos.

Yo quiero una chica de ojos claros que estudie teatro en San Telmo y conozca muchos tangos.

Yo quiero una brasilera que no sepa pronunciar el español.

Yo quiero una anoréxica de 15 años que lea Artaud, escuche Nick Drake y se vista de negro.

Yo quiero una rubia con los ojos delineados que toque la batería y escuche Patti Smith y Elvis.

Yo quiero una morocha con buen culo que lea Panero y Bukowski, coma muy poco y tome demasiado whisky.

Yo quiero una de ojos raros y cuello liso que escuche a Jacques Brel, lea a Guy de Maupassant y sepa elegir bien el vino.

Yo quiero una cantante punk.

Yo quiero un ángel.

Yo quiero cerrar la puerta, comer pan con mermelada de frutilla fumando un porro a los besos, escuchando el río y Stan Getz antes de cojer.

Friday, June 04, 2004

Necesito un chiste de elefantes.

Los árboles enloquecían al mirar atentos: presenciaban uno de los últimos suspiros de la tierra.

En vez de estallar suspiré.

Los borrachos me miraban como se mira atentamente una grieta en un muro viejo. Las prostitutas corrían angustiadas dando breves gritos y sujetando las polleritas coloradas y sus frascos de Prozac. Una dulce mejilla de Safo, una página de Bataille y un soneto de Keats. La tranquilidad de saber que todo esto son sueños y herencias de pesadillas de poeta triste.

Tengo miedo, le dije. Tengo miedo y no solo eso: en las espaldas de tu familia se adormece un insecto monstruoso y en el fondo de los candelabros rebozantes de flores juegan dos hadas.

Juegan dos hachas, quiero vale cuatro y al cuarto día se enloquecen las fechas, se pervierten los relojes, las mujeres-reloj cuidan de sus vientres rellenos y los calendarios blancos como el mármol o la cocaína atajan balas de goma.

Me dijo que Deleuze era como un pez que le marca el camino, pero que goza mucho más con Benjamin. Se acercó despacio hacia uno de mis poemas y se detuvo en un verso, en el peor. Me miró riéndose. Sacher-Masoch me torturaba y pensando en mis gritos daba forma a Severine. Sin embargo, yo ya escuchaba a Lou Reed.

Me gusta Sade.

Me aburren los hombres. Detesto a los hombres. Su simpleza, sus palabras monótonas. Odio a los hombres.

Vengo de comulgar y estoy en éxtasis, contemplando unas sábanas que solo de mí penden.
En días de gran calma, sobre el plato de un hombro puede viajar un vaso.
Aquí-amanece-gris-Y-el-viento-trae-violetas.

Qué vas a hacer mañana? Estoy absolutamente solo para siempre.

Yo lo leo y lo escucho y lo voy a ver al teatro desde antes que sea famoso, desde cuando estaba vivo.

Es de noche y tengo miedo, y no sólo eso, le digo.

Soñé que Lewis Carrol me retrataba. Se enamoraba de mí al regalarme el grabado. "Me gustan las Alicias", decía y repetía bajo una lámpara.

"Una rosa no es la belleza. No es el misterio del mundo. No es todo. Una rosa es una rosa es una rosa"

entre la lluvia y el arcoiris


Y Utopía fue el veterinario,
el hombre feroz, la vieja en silla de ruedas cercada por sueños y herencias de pesadillas,
y los personajes de los sueños incompatibles se fueron masacrando
uno tras otro, hasta dejar un stock de pesadillas vacía.
Y Utopía fue un reflejo opaco en el interior de un vegetal.
Vitrinas, maniquís desnudos, borrachos tirándoles besos a las nubes.
Un laberinto de escaleras mecánicas por donde vagaban
unos niños extraviados que tenían e corazón maravilloso
hasta la náusea.

¿De todo eso que vi realmente? ¿Con qué ojos tremendos
contemplé el olor puro de aquella muchacha sencillamente
parada en la entrada de un circo? Sólo recuerdo
haber estado demasiado tiempo en un cuarto blanco leyendo novelas
policiales; casi toda mi vida mientras vos me mirabas desde
una ventana redonda, como de baño público, y
los adolescentes se reían como si acabaran de salir del desierto
con los bolsillos llenos de dinero gratis.

Dinero gratis, dinero gratis, amor gratis, un resplandor
inconcebible en la mejilla. Soñadores transformándose a sí mismos
pero incapaces de convencer a una muchacha de que la aman.
Nubes gratis y vacías, restaurantes gratis y vacíos,
automóviles fríos rumbo a las playas doradas del Pacífico,
visiones de Michelangelo para todos, ojos que se cierran
con la velocidad de la luz, y su armonía, estrépito de cisnes,
estrépito de humedad.

Comida gratis, bebida gratis, lluvias divertidas
e interminables como las novelas de Victor Hugo.
Hospitales gratis, desiertos gratis, animales gratis, deseos
de caminar sobre las manos, de ponerse una corona de espinas
eléctrica y luminosa.

Blue-jeans rayoneados de ternura, escenas de teatro
en la orilla del mar prolongadas hasta el infinito, tres años
de asco y amor, tres años de enfermedades infantiles
enmierdadas con precisión, y los duros arbolitos, pero
los duros arbolitos, mientras los duros arbolitos
como lanzas florecían.

Y gemí, y dije ya no sé qué decir, la oficina está vacía,
los submarinos explotan como fetos en las fosas del Atlántico,
alguien me acaricia el pelo y dice que ya está igual de largo
que el suyo, y yo tuerzo el cuello como un solitario cigarrillo
aplastado en la noche enorme y la miro, esperando volver a sentir
en los párpados la tibia obsidiana de los sueños, cuando en
las mañanas nos abrazábamos sin querer despertar, perdidos
en las llanuras de escamas, mientras cae nieve y el frío sonríe
desde un cenicero absolutamente limpio, y no queremos despertar,
y no sabemos qué decir: los labios partidos,
la cara blanca del invierno manchada de lipstick.

La velocidad se detiene, mira hacia todas partes, enloquece
a las fechas. Un anarquistoide muerto bajo las ramas
plateadas de un sauce. Encima de él la primavera violeta. Fuera
de ese cuadro una muchacha sueña renacimientos atroces.

Y está bien, está bien, ya se pudo prender la chimenea y cerrar
puertas y ventanas. Ningún brillo va reemplazar nada.
No habrán formas de arder que completen esta nube cargada de lluvia
No habrá viento contra este resplandor acuático. Ni callejones violetas
ni suaves caderas antiguas. Ese jaleo al subir las mil escaleras
del ojo abierto: automóviles llenos de Sol estacionados
en todas las esquinas de tus venas. Una sonrisa sin
contexto, una mano crispda fuera de la foto.



1. Soñé que Georges Perec tenía tres años y visitaba mi casa. Lo abrazaba, lo besaba, le decía que era un niño precioso.



2. A medio hacer quedamos, padre, ni cocidos ni crudos, perdidos en la grandeza de este basural interminable,errando y equivocándonos, matando y pidiendo perdón, maniacos depresivos en tu sueño, padre, tu sueño que no tenía límites y que hemos desentrañado mil veces y luego mil veces más, como detectives latinoamericanos perdidos en un laberinto de cristal y barro, viajando bajo la lluvia, viendo películas donde aparecían viejos que gritaban ¡tornado! ¡tornado!, mirando las cosas por última vez, pero sin verlas, como espectros, como ranas en el fondo de un pozo, padre, perdidos en la miseria de tu sueño utópico, perdidos en la variedad de tus voces y de tus abismos, maniacos depresivos en la inabarcable sala del Infierno donde se cocina tu Humor.



3. A medio hacer, ni crudos ni cocidos, bipolares capaces de cabalgar el huracán.



4. En estas desolaciones, padre, donde de tu risa sólo quedaban restos arqueológicos.



5. Nosotros, los nec spes nec metus.



6. Y alguien dijo:

Hermana de nuestra memoria feroz,
sobre el valor es mejor no hablar.
Quien pudo vencer el miedo
se hizo valiente para siempre.
Bailemos, pues, mientras pasa la noche
como una gigantesca caja de zapatos
por encima del acantilado y la terraza,
en un pliegue de la realidad, de lo posible,
en donde la amabilidad no es una excepción.
Bailemos en el reflejo incierto
de los detectives latinoamericanos,
un charco de lluvia donde se reflejan nuestros rostros
cada diez años.

Después llegó el sueño.



7. Soñé entonces que visitaba la mansión de Alonso de Ercilla. Yo tenía sesenta años y estaba despedazado por la enfermedad (literalmente me caía a pedazos). Ercilla tenía unos noventa y agonizaba en una enorme cama con dosel. El viejo me miraba desdeñoso y después me pedía un vaso de aguardiente. Yo buscaba y rebuscaba el aguardiente pero sólo encontraba aperos de montar.



8. Soñé que iba caminando por el Paseo Marítimo de NuevaYork y veía a lo lejos la figura de Manuel Puig. Llevaba una camisa celeste y unos pantalones de lona ligera azul claro o azul oscuro, depende.



9. Soñé que Macedonio Fernández aparecía en el cielo de Nueva York en forma de nube: una nube sin nariz ni orejas, pero con ojos y boca.



10. Soñé que estaba en un camino de África que de pronto se transformaba en un camino de México. Sentado en un farellón, Efraín Huerta jugaba a los dados con los poetas mendicantes del DF.



11. Soñé que en un cementerio olvidado de África encontraba la tumba de un amigo cuyo rostro ya no podía recordar.



12. Soñé que una tarde golpeaban la puerta de mi casa. Estaba nevando. Yo no tenía estufa ni dinero. Creo que hasta la luz me iban a cortar. ¿Y quién estaba al otro lado de la puerta? Enrique Lihn con una botella de vino, un paquete de comida y un cheque de la Universidad Desconocida.



13. Soñé que leía a Stendhal en la Estación Nuclear de Civitavecchia: una sombra se deslizaba por la cerámica de los reactores. Es el fantasma de Stendhal decía un joven con botas y desnudo de cintura para arriba. ¿Y tú quién eres?, le pregunté. Soy el yonqui de la cerámica, el húsar de la cerámica y de la mierda, dijo.



14. Soñé que estaba soñando, habíamos perdido la revolución antes de hacerla y decidía volver a casa. Al intentar meterme en la cama encontraba a De Quincey durmiendo. Despierte, don Tomás, le decía, ya va a amanecer, tiene que irse. (Como si De Quincey fuera un vampiro.) Pero nadie me escuchaba y volvía a salir a las calles oscuras de México DF.



15. Soñé que veía nacer y morir a Aloysius Bertrand el mismo día, casi sin intervalo de tiempo, como si los dos viviéramos dentro de un calendario de piedra perdido en el espacio.



16. Soñé que era un detective viejo y enfermo. Tan enfermo que literalmente me caía a pedazos.Iba tras las huellas de Gui Rosey. Caminaba por los barrios de un puerto que podía ser Marsella o no. Un viejo chino afable me conducía finalmente a un sótano. Esto es lo que queda de Rosey, decía. Un pequeño montón de cenizas. Tal como está, podría ser Li Po, le contestaba.



17. Soñé que era un detective viejo y enfermo y que buscaba gente perdida hace tiempo. A veces me miraba casualmente en un espejo y reconocía a Manuel Obligado.



18. Soñé que Archibald McLeish lloraba -apenas tres lágrimas- en la terraza de un restaurante de Cape Code. Era más de medianoche y pese a que yo no sabía cómo volver terminábamos bebiendo y brindando por el Indómito Nuevo Mundo.



19. Soñé con los Fiambres y las Playas Olvidadas.



20. Soñé que el cadáver volvía a la Tierra Prometida montado en una Legión de Toros Mecánicos.



21. Soñé que tenía catorce años y que era el último ser humano del Hemisferio Sur que leía a los hermanos Grimm.



22. Soñé que encontraba a Gabriela Mistral en una aldea africana. Había adelgazado un poco y adquirido la costumbre de dormir sentada en el suelo con la cabeza sobre las rodillas. Hasta los mosquitos parecían conocerla.



23. Soñé que volvía de África en un autobús lleno de animales muertos. En una frontera cualquiera aparecía un veterinario sin rostro. Su cara era como un gas, pero yo sabía quién era.



24. Soñé que Philip K. Dick paseaba por la Estación Nuclear de Civitavecchia.



25. Soñé que Arquíloco atravesaba un desierto de huesos humanos. Se daba ánimos a sí mismo: "Vamos, Arquíloco, no desfallezcas, adelante, adelante."



26. Soñé que tenía quince años y que iba a la casa de Nicanor Parra a despedirme. Lo encontraba de pie, apoyado en una pared negra. ¿Adónde vas, Manu?, decía. Lejos del Hemisferio Sur, le contestaba.



27. Soñé que tenía quince años y que, en efecto, me marchaba del Hemisferio Sur. Al meter en mi mochila el único libro que tenía (Trilce, de Vallejo), éste se quemaba. Eran las siete de la tarde y yo arrojaba mi mochila chamuscada por la ventana.



28. Soñé que tenía dieciseís y que Martín Adán me daba clases de piano. Los dedos del viejo, largos como los del Fantástico Hombre de Goma, se hundían en el suelo y tecleaban sobre una cadena de volcanes subterráneos.



29. Soñé que traducía a Virgilio con una piedra. Yo estaba desnudo sobre una gran losa de basalto y el sol, como decían los pilotos de caza, flotaba peligrosamente a las 5.



30. Soñé que estaba muriéndome en un patio africano y que un poeta llamado Paulin Joachim me hablaba en francés (sólo entendía fragmentos como "el consuelo", "el tiempo", "los años que vendrán") mientras un mono ahorcado se balanceaba de la rama de un árbol.



31. Soñé que la tierra se acababa. Y que el único ser humano que contemplaba el final era Franz Kafka. En el cielo los Titanes luchaban a muerte. Desde un asiento de hierro forjado del parque de Nueva York veía arder el mundo.



32. Soñé que estaba soñando y que volvía a mi casa demasiado tarde. En mi cama encontraba a Mario de Sá-Carneiro durmiendo con mi primer amor. Al destaparlos descubría que estaban muertos y mordiéndome los labios hasta hacerme sangre volvía a los caminos vecinales.



33. Soñé que Anacreonte construía su castillo en la cima de una colina pelada y luego lo destruía.



34. Soñé que era un detective latinoamericano muy viejo. Vivía en NuevaYork y Mark Twain me contrataba para salvarle la vida a alguien que no tenía rostro. Va a ser un caso condenadamente difícil, señor Twain, le decía.



35. Soñé que me enamoraba de Alice Sheldon. Ella no me quería. Así que intentaba hacerme matar en tres continentes. Pasaban los años. Por fin, cuando ya era muy viejo, ella aparecía por el otro extremo del Paseo Marítimo de Nueva York y mediante señas (como las que hacían en los portaaviones para que los pilotos aterrizaran) me decía que siempre me había querido.



36. Soñé que hacía un 69 con Anaïs Nin sobre una enorme losa de basalto.



37. Soñé que cojía con Carson McCullers en una habitación en penumbras en la primavera de 1981. Y los dos nos sentíamos irracionalmente felices.



38. Soñé que volvía a mi viejo Liceo y que Alphonse Daudet era mi profesor de francés. Algo imperceptible nos indicaba que estábamos soñando. Daudet miraba a cada rato por la ventana y fumaba la pipa de Tartarín.



39. Soñé que me quedaba dormido mientras mis compañeros de Liceo intentaban liberar a Robert Desnos del campo de concentración de Terezin. Cuando despertaba una voz me ordenaba que me pusiera en movimiento. Rápido, Obligado, rápido, no hay tiempo que perder. Al llegar sólo encontraba a un vieoj detective escarbando en las ruinas humeantes del asalto.



40. Soñé que una tormenta de números fantasmales era lo único que quedaba de los seres humanos tres mil millones de años después de que la Tierra hubiera dejado de existir.



41. Soñé que estaba soñando y que en los túneles de los sueños encontraba el sueño de Roque Dalton: el sueño de los valientes que murieron por una quimera de mierda.



42. Soñé que tenía dieciocho años y que veía a mi mejor amigo de entonces, que también tenía dieciocho, haciendo el amor con Walt Whitman. Lo hacían en un sillón, contemplando el atardecer borrascoso de Civitavecchia.



43. Soñé que estaba preso y que Boecio era mi compañero de celda. Mira, Manuel, decía extendiendo la mano y la pluma en la semioscuridad: ¡no tiemblan!, ¡no tiemblan! (Después de un rato, añadía con voz tranquila: pero tamblarán cuando reconozcan al cabrón de Teodorico.)


THIS IS NOT PAR OF THE POST ME LLAMO MANUEL OBLIGADO TENGO 18 AÑOS ME SIENTO SOLO MI MAIL ES MANUSNM@HOTMAIL.COM AGREGAME AL MSN QUIERO MIMITOS MIMITOS MIMITOS leí en una ventanilla del tren, yendo de Virreyes a Retiro.


44. Soñé que traducía al Marqués de Sade a golpes de hacha. Me había vuelto loco y vivía en un bosque.



45. Soñé que Pascal hablaba del miedo con palabras cristalinas en una taberna de Civitavecchia: "Los milagros no sirven para convertir, sino para condenar", decía.



46. Soñé que era un viejo detective latinoamericano y que una Fundación misteriosa me encargaba encontrar las actas de defunción de los Sudacas Voladores. Viajaba por todo el mundo: hospitales, campos de batalla, pulquerías, escuelas abandonadas.



47. Soñé que Baudelaire hacía el amor con una sombra en una habitación donde se había cometido un crimen. Pero a Baudelaire no le importaba. Siempre es lo mismo, decía.



48. Soñé que una adolescente de dieciséis años entraba en el túnel de los sueños y nos despertaba con dos tipos de vara. La niña vivía en un manicomio y poco a poco se iba volviendo más loca.



49. Soñé que en las diligencias que entraban y salían de Civitavecchia veía el rostro de Marcel Schwob. La visión era fugaz. Un rostro casi translúcido, con los ojos cansados, apretado de felicidad y de dolor.



50. Soñé que después de la tormenta un escritor ruso y también sus amigos franceses optaban por la felicidad. Sin preguntar ni pedir nada. Como quien se derrumba sin sentido sobre su alfombra favorita.



51. Soñé que los soñadores habían ido a la guerra florida. Nadie había regresado. En los tablones de cuarteles olvidados en las montañas alcancé a leer algunos nombres. Desde un lugar remoto una voz transmitía una y otra vez las consignas por las que ellos se habían condenado.



52. Soñé que el viento movía el letrero gastado de una taberna. En el interior James Mathew Barrie jugaba a los dados con cinco caballeros amenazantes.



53. Soñé que volvía a los caminos, pero esta vez ya no tenía quince años sino más de cuarenta. Sólo poseía un libro, que llevaba en mi pequeña mochila. De pronto, mientras iba caminando, el libro comenzaba a arder. Amanecía y casi no pasaban coches. Mientras arrojaba la mochila chamuscada en una acequia sentí que la espalda me escocía como si tuviera alas.



54. Soñé que los caminos de África estaban llenos de gambusinos, bandeirantes, sumulistas.



55. Soñé que nadie muere la víspera.



56. Soñé que un hombre volvía la vista atrás, sobre el paisaje anamórfico de los sueños y que su mirada era dura como el acero pero igual se fragmentaba en múltiples miradas cada vez más inocentes, cada vez más desvalidas.



57. Soñé que Georges Perec tenía tres años y lloraba desconsoladamente. Yo intentaba calmarlo. Lo tomaba en brazos, le compraba golosinas, libros para pintar. Luego nos íbamos al Paseo Marítimo de Nueva York y mientras él jugaba en el tobogán yo me decía a mí mismo: no sirvo para nada, pero serviré para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matarte. Después se ponía a llover y volvíamos tranquilamente a casa. ¿Pero dónde estaba nuestra casa?


Wednesday, June 02, 2004

Escuchando charlas adolescentes sobre clases jodidas de semiología con un profesor que es confundido con países inmensos que a la noche fotografían la desesperación a veces, charlas adolescentes que dentro de un caleidoscopio de Plaza Francia se quiebran en fragmentos y solo ven un ojo verde, gigante antes de hacer crack y volver a desfragmentarse, quebrarse, adolescentes como sobras de vapor sin cuerpo ni suelo, sombras inhallables entre los escombros que quedan dentro de un caleidoscopio.
Más tarde o más temprano, el viento entre edificios.

Tuesday, June 01, 2004

EN LAS TRINCHERAS CON ROBERT GRAVES

Los vientos latinos de Mayorca
todavía están remotos. Aquí,
metralletas atraviesan cada noche. De día
fuertes explosivos, alambradas, francotiradores...
Las ratas cavan madrigueras dentro y fuera
de los muertos. Los cadáveres son como camiones
que las ratas conducen más abajo
en el fango. Detrás de las líneas,
a ambos lados, oficiales y hombres hacen fila
para el último polvo. Excepto Graves, en todo caso.
Debe el halcón primero hacerse hombre, aguijón
para el sexo. Vivimos
en tiempos complicados.

Raymond Carver (En traducción de León Félix Batista)

Y mirá que yo sabía y siempre dije que no tengo que ir a peluquerias porque solamente YO sé lo que quiero y que como mucho si me equivoco y me hago un desastre me quedo tranquilo sabiendo que es MI desastre. pero ahora el desastre de OTRO está en MI cabeza.

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