Thursday, January 15, 2004
Hoy terminé de leer El Mago, de Cesar Aira. Es lo tercero que leo de Aira, y lo tercero que me parece excelente. Y en esta nouvelle veo mejor trabajado el efecto sorpresa que en cualquier otra obra (libro, película o lo que sea) que conozca. Uno de los mejores finales de la nouvelle argentina.
Habla sobre un mago que viaja a Panamá para asistir a una convención de ilucionistas, donde piensa coronarse como el Mejor Mago del Mundo. Y no es que esté agrandado, tiene un argumento bastante justo como para pretender serlo: es un mago de verdad. Tiene una especie de don, no sabe porqué. Y a los trucos que los demás hacen con espejos o resortes o whatever él hace naturalmente, anulando las leyes de la física. Pero es un tipo bastante mediocre, no tiene creatividad para inventar trucos, asi que imita a los demás, y no se anima a hacer aparecer cinco hipopótamos y hacerlos volar por arriba de la gente porque tiene miedo de que sospechen algo. No hace aparecer billetes porque los billetes están numerados, ni hace aparecer la comida porque le gusta más la comida cacera, ni hace aparecer casas y electrodomésticos y muebles porque tiene miedo de que alguien le pida los recibos. Asi que intenta ganarse la vida como un mal mago.
He aquí, un fragmento:
"De cualquier modo, estaba demasiado abstraído como para que eso le molestara. Con el misterio del whisky le había vuelto una marea de pasado. Como todas las vidas, la suya era un museo de días, un museo con una ventana por donde entraba el sol, y otra por donde entraba el claro de luna. Un rayo de luz perlada, con una franja de fuego en el borde, cruzaba todos los días. Era fácil que todo volviera, casi se diría que era natural, y sin embargo era demasiado grande asimilarlo. El alcohol (el primer sorbo, no los demás) abría una perspectiva irracional, en cuyo vértice se quedaba, tambaleando, trémulo, como un enano sobre una pirámide de helado. El pasado estaba recorrido por una sinuosa cinta de magia, y eso no lo compartía con nadie. El silencio de la magia. Su vacilación exquisita en los acantilados del todo. Un viento de diamante rompía sobre cada uno de los puntos del destino, tomaba formas caprichosas, a veces bellas, casi siempre monstruosas a la larga, y ni siquiera el tiempo podía congelar esas mareas. <¿Estaré borracho?>, se preguntó. Era como si hubiera vivido mil vidas, en diezmil castillos dentro de un protón, y cada castillo tuviera un museo de muñecos de humo rosa, y en la boca de cada muñeco se formara la palabra en silencio, largamente. Por supuesto que no estaba borracho: era el antes y el después, el suave terror lúcido dentro de la pesadilla. Y la perforación de la nube por la música."
Habla sobre un mago que viaja a Panamá para asistir a una convención de ilucionistas, donde piensa coronarse como el Mejor Mago del Mundo. Y no es que esté agrandado, tiene un argumento bastante justo como para pretender serlo: es un mago de verdad. Tiene una especie de don, no sabe porqué. Y a los trucos que los demás hacen con espejos o resortes o whatever él hace naturalmente, anulando las leyes de la física. Pero es un tipo bastante mediocre, no tiene creatividad para inventar trucos, asi que imita a los demás, y no se anima a hacer aparecer cinco hipopótamos y hacerlos volar por arriba de la gente porque tiene miedo de que sospechen algo. No hace aparecer billetes porque los billetes están numerados, ni hace aparecer la comida porque le gusta más la comida cacera, ni hace aparecer casas y electrodomésticos y muebles porque tiene miedo de que alguien le pida los recibos. Asi que intenta ganarse la vida como un mal mago.
He aquí, un fragmento:
"De cualquier modo, estaba demasiado abstraído como para que eso le molestara. Con el misterio del whisky le había vuelto una marea de pasado. Como todas las vidas, la suya era un museo de días, un museo con una ventana por donde entraba el sol, y otra por donde entraba el claro de luna. Un rayo de luz perlada, con una franja de fuego en el borde, cruzaba todos los días. Era fácil que todo volviera, casi se diría que era natural, y sin embargo era demasiado grande asimilarlo. El alcohol (el primer sorbo, no los demás) abría una perspectiva irracional, en cuyo vértice se quedaba, tambaleando, trémulo, como un enano sobre una pirámide de helado. El pasado estaba recorrido por una sinuosa cinta de magia, y eso no lo compartía con nadie. El silencio de la magia. Su vacilación exquisita en los acantilados del todo. Un viento de diamante rompía sobre cada uno de los puntos del destino, tomaba formas caprichosas, a veces bellas, casi siempre monstruosas a la larga, y ni siquiera el tiempo podía congelar esas mareas. <¿Estaré borracho?>, se preguntó. Era como si hubiera vivido mil vidas, en diezmil castillos dentro de un protón, y cada castillo tuviera un museo de muñecos de humo rosa, y en la boca de cada muñeco se formara la palabra
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