Saturday, February 24, 2007

Lloro lavando los platos. Descanso y agarro el Rojo y Negro, pero sigo llorando. Después, idea suicida, me pongo a mirar fotos, y lloro lloro y me da miedo deshidratarme. Miedo de verdad, como el de las paredes. Leo a Copi y me calmo, pero después de un rato sigo llorando. Hay algo (no tengo idea de qué sea ese algo) mucho más grande que yo, terrible y bellísimo, en tu carita de ardilla. En tus hombros también, especialmente cuando están bien suaves, pero sobre todo en tu carita, en tu boca cuando está entreabierta.

EVITA
Mierda. ¿Dónde está mi vestido presidencial?
MADRE
¿Qué vestido presidencial, querida? Todos tus vestidos son vestidos presidenciales.


¡Sueltenmé! ¡Ya estoy bien, les digo! Hubiese podido morirme en el baño que él no habría movido un dedo. Vive en el interior de su migraña como dentro de un capullo. Pueden morirse todos, Sabés: puede morirse todo el mundo, hasta los generales de uniforme. Mirá, dame mi cofre de maquillaje. Te puede pasar a vos también, e incluso más rápido que a mí. Las migrañas son más peligrosas que el cáncer, son como telas de araña en el interior del cráneo. Las migrañas no perdonan. El día de mi atentado yo volaba por el aire cubierta de sangre y él en el auto de atrás ni se mosqueaba, con la mano levantada como una estatua. Gente del público que vino a ver el desfile tuvo que venir a levantarme. Él ni siquiera se bajó de su Cadillac. No va a molestarse por un cáncer, sobre todo cuando le conviene que yo me muera.

Vos sabés que te quiero, Evita. Pero no veo de qué te sirve que yo te quiera, o que te pinte las uñas. ¡No empecés a enredarme con tus historias!

¿No podés dormir un poco, o quedarte en tu pieza a escuchar la radio como los demás? Parece que tuvieras el diablo, Evita.

¿Vos pensás que después de que te mueras voy a volver al departamentito de dos ambientes de la calle Tucumán?

Ahí en el fondo, ese sobre. Rompelo. Leé. ¿Ves? No hay una caja fuerte ¡hay diez cajas fuertes en todo el mundo! ¡En todas partes! ¿O te creés que soy estúpida? No te casés ¿entendés? ¡No llores ahora! ¡Pero mirá lo que me hiciste! ¡Me llenaste de esmalte de46uñas hasta los codos! ¡Pero qué tarada! ¡andá, estúpida, andá a tu pieza! ¡Enfermera! ¡andá te digo! ¡andá a llamar a la enfermera! ¡Enfermera! ¡Venga, venga rápido! ¡Despierte a Perón! ¡Me siento mal! ¡Necesito una inyección! ¡Enfermera!

Siempre pasa lo mismo cuando tienen miedo. Se acurrucan en sus escondites y no se mueven. Los conozco bien. Es como el día en que llegamos, las calles estaban vacías. Siempre es así cuando tienen miedo. Tienen miedo de mi muerte. ¿Apestan de miedo, no?

¡Pero qué cagada, carajo! ¡Qué lástima que no estoy ahí! Si estuviera ahí haría un discurso desde el balcón. ¡Qué lástima! Sería grandioso: mi mejor discurso. ¡Mierda, qué fiesta me perdí! Hubieran salido todos a la calle, estarían en la plaza, millares aclamando, gritando como locos. Les hubiera dado la jubilación a los cincuenta años y el aborto gratis. ¡Les hubiera dado todo, todo, todo! ¡Pero qué lástima, carajo! Yo creía que iba a estar muerta hace una semana.

Por la noche se me da por salir a pasear por Buenos Aires. Puedo hacerlo porque nadie me reconoce; tengo una cara neutra. Me di cuenta de que siempre tomo el mismo colectivo para volver. Al principio pensaba que miraba la ciudad, la gente: creía que observaba todo lo que pasaba. Pensaba que ésa era la razón por la que salía. Siempre paro en el bar del Ciervo, siempre tomo un cognac en la barra, y cuando llueve dejo mi impermeable a la entrada... Me acuerdo del día en que fuimos a nadar con Eva, hace seis o siete años. Dimos una vuelta para pasar por la cima de un monte, porque queríamos saber si se podía ver todo el horizonte como una circunferencia alrededor. Pero no llegamos, hacía mucho calor y nos volvimos. Habíamos comprado un recuerdo de Córdoba al costado de la ruta creo que era un calidoscopio. ¿Sabés que estás muerto? ¿Sabés que te pasaste dos años encerrado en tu escritorio completamente muerto, con un negro que te espantaba las moscas con un abanico? ¿Sabés por lo menos desde cuándo estás muerto, en qué momento?


¿Perón? ¿Ibiza? ¡Me muero! ¡Esta noche me muero! ¡Dejemé, idiota! ¿Fanny está ahí? ¡Quedémonos juntos! Perón está por envenenarme. Puso veneno en las inyecciones. ¡Cobarde! ¡Dejenmé! ¡Y vos sos su cómplice! ¡Eso resultó ser mi cáncer! ¡Siempre supe que era eso! ¡Quisieron operarme por mi cáncer de matriz, por mi cáncer de garganta, por mi cáncer de pelo, por mi cáncer de cerebro, por mi cáncer de culo! ¡Porque yo me cago en su gobierno de pelotudos! ¡Cuando me muera me va a pasear en los desfiles! ¡Cobarde! ¡Va a gobernar sobre mi cadáver! ¡Cobarde! ¡Van a joder sobre mi cadáver! ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Dejenmé! ¡Cobarde!

Ustedes me dejaron caer sola hasta el fondo de mi cáncer. Son unos turros. Me volví loca y estaba sola. Me ven morir como una bestia en el matadero. Permitime, quiero estar con vos, no tengas miedo. Me volví loca, loca, como aquella vez en que hice entregar un auto de carrera a cada puta y ustedes me lo permitieron. Loca. Y ni vos ni él me dijeron que parara. Hasta mi muerte, hasta la puesta en escena de mi muerte debí hacerla completamente sola. Sola. Cuando iba a las villas miseria y distribuía fajos de billetes y dejaba todo, mis joyas y mi auto y hasta mi vestido, y me volvía como una loca, desnuda, en taxi mostrando el culo por la ventanilla, me lo permitieron. Como si ya estuviera muerta, como si yo no fuera más que el recuerdo de una muerta. Eso era lo que quería decirte, viejito. Sos muy linda ¿Sabés? Tenés un cabello hermoso... No hay que teñirlo ¿eh? A la larga es malo para el pelo ¿Sabés? Dejame hacer, amor mío, permitime. Dame, Ibiza.

¿Te quedás, verdad? Sí, yo sabía que ibas a quedarte. Cuidalo, es un flojo. Hay que sostenerlo todo el tiempo. Dame la capa, por favor. El cáncer fue idea tuya. No sé cómo explicarlo, pero lo del cáncer fue idea tuya. No es algo que hubiera inventado por mí misma, semejante enfermedad. ¿Entendés? No entendés. Peor para vos. ¿Dónde está el sombrero? (Entra PERÓN) ¿No entendés? Es como cuando éramos chicos e íbamos a comprarle Cinzano para mamá a ese almacenero que estaba tuerto ¿te acordás?



Vamos, querida. Nos pediste que nos quedáramos encerrados con vos hasta el fin. Es un infierno, de acuerdo, pero fue idea tuya. ¡Y ahora querés ofrecer un baile! ¡O una cena íntima! Vamos, Evita, no seas cobarde; ya se acerca el final. Seguí torturándonos todo lo que quieras, que igual nos gusta, pero por favor, no hagás un espectáculo de vos misma, querida. No sería lo correcto. Saldremos de aquí con tu cadáver embalsamado y vas a ser para siempre la imagen misma de la santidad, Evita virgen María. No destruyas tu propio plan. Quedate tranquila. ¿No te das cuenta del estado en que estás? ¡Evita...!

Es raro volver a casa. Sé que va a estar Mariana durmiendo, y que la voy a mirar. Estamos peleados, pero la voy a mirar. La miro y me enamoro, estoy hecho un tarado, pero es tan linda. Antes de llegar entré en un cyber y no sé porqué. A mí me da lo mismo.Voy a llegar y mirarla hasta que me duerma. Eso es lo único que vale la pena.

Al final convengamos que era mucho mas importante saber donde le gusta mas que le den besos a una persona que todo el resto de las cosas que piense de la vida.

Friday, February 23, 2007

En el cajón hay un puñal.
Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado;
Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre...
Jorge Luis Borges
Este cuchillo no está en un cajón,
sino delante de una fotografía.
Luis Melián Lafinur no se lo regaló a mi padre,
fui yo quien lo compró en la calle Florida.
Con él, en el bolsillo, pasé por delante de su casa,
—usted ya había muerto—
pero mi mano y el metal lo recordaron.
No estuvo —pudo estar— en la calle Posadas,
entre los libros y los sueños de Adolfo Bioy Casares.
Ahora dormita acá, delante de esa fotografía
que nos recuerda, juntos en Quito,
el día antes de que al despedirnos
me dijese: «Venga a verme en Buenos Aires».
Nunca lo volví a ver, llegué tarde a su cita,
pero ahora —qué raro, Borges—
mientras miro la hoja, su afilado destino,
el metal en la noche refleja un rostro vago.
¿Quién puede adivinar si es el suyo o el mío?

Después de haber olido el perfume dulzón de la muerte ,
después de tantos cuerpos y pasiones y sueños,
miro ahora, arriba de la mesa, un vaso vacío,
unos libros, papeles en desorden, fotografías viejas,
la luz del atardecer, apagándose en la ventana.
Como en un bodegón de Zurbarán
—la naturaleza muerta, la naturaleza muerta—,
me dejo vivir ya sin preguntas,
mientras el humo en la cocina dibuja
todos mis rostros: el que fui, el que soy,
el que seré, en el frágil y caprichoso tiempo.

Después de haber olido el perfume dulzón de la muerte ,
después de tantos cuerpos y pasiones y sueños,
miro ahora, arriba de la mesa, un vaso vacío,
unos libros, papeles en desorden, fotografías viejas,
la luz del atardecer, apagándose en la ventana.
Como en un bodegón de Zurbarán
—la naturaleza muerta, la naturaleza muerta—,
me dejo vivir ya sin preguntas,
mientras el humo en la cocina dibuja
todos mis rostros: el que fui, el que soy,
el que seré, en el frágil y caprichoso tiempo.

Thursday, February 22, 2007

Como el departamento es grande, para ducharme no puedo poner música en la computadora porque, aunque los parlantes sean buenísimos y enormes, el sonido no llega al baño. Así que desempolvo un equipo chiquito, viejo, usado en mis anteriores departamentos, y lo conecto al enchufe del baño con el último disco de Doris, que toca mañana y que le regalé a Mariana el día de los enamorados.
Cuando termino de bañarme me seco y visto en nuestro cuarto, sentado en el borde del sommier (parecido a bill murray en LIN, según ella) y sigo escuchando música, con el equipo dirigido al baño, dándome las espaldas.

This page is powered by Blogger. Isn't yours?

Subscribe to Posts [Atom]