Friday, February 23, 2007
En el cajón hay un puñal.
Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado;
Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre...
Jorge Luis Borges
Este cuchillo no está en un cajón,
sino delante de una fotografía.
Luis Melián Lafinur no se lo regaló a mi padre,
fui yo quien lo compró en la calle Florida.
Con él, en el bolsillo, pasé por delante de su casa,
—usted ya había muerto—
pero mi mano y el metal lo recordaron.
No estuvo —pudo estar— en la calle Posadas,
entre los libros y los sueños de Adolfo Bioy Casares.
Ahora dormita acá, delante de esa fotografía
que nos recuerda, juntos en Quito,
el día antes de que al despedirnos
me dijese: «Venga a verme en Buenos Aires».
Nunca lo volví a ver, llegué tarde a su cita,
pero ahora —qué raro, Borges—
mientras miro la hoja, su afilado destino,
el metal en la noche refleja un rostro vago.
¿Quién puede adivinar si es el suyo o el mío?
Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado;
Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre...
Jorge Luis Borges
Este cuchillo no está en un cajón,
sino delante de una fotografía.
Luis Melián Lafinur no se lo regaló a mi padre,
fui yo quien lo compró en la calle Florida.
Con él, en el bolsillo, pasé por delante de su casa,
—usted ya había muerto—
pero mi mano y el metal lo recordaron.
No estuvo —pudo estar— en la calle Posadas,
entre los libros y los sueños de Adolfo Bioy Casares.
Ahora dormita acá, delante de esa fotografía
que nos recuerda, juntos en Quito,
el día antes de que al despedirnos
me dijese: «Venga a verme en Buenos Aires».
Nunca lo volví a ver, llegué tarde a su cita,
pero ahora —qué raro, Borges—
mientras miro la hoja, su afilado destino,
el metal en la noche refleja un rostro vago.
¿Quién puede adivinar si es el suyo o el mío?
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