Friday, June 04, 2004
Los árboles enloquecían al mirar atentos: presenciaban uno de los últimos suspiros de la tierra.
En vez de estallar suspiré.
Los borrachos me miraban como se mira atentamente una grieta en un muro viejo. Las prostitutas corrían angustiadas dando breves gritos y sujetando las polleritas coloradas y sus frascos de Prozac. Una dulce mejilla de Safo, una página de Bataille y un soneto de Keats. La tranquilidad de saber que todo esto son sueños y herencias de pesadillas de poeta triste.
Tengo miedo, le dije. Tengo miedo y no solo eso: en las espaldas de tu familia se adormece un insecto monstruoso y en el fondo de los candelabros rebozantes de flores juegan dos hadas.
Juegan dos hachas, quiero vale cuatro y al cuarto día se enloquecen las fechas, se pervierten los relojes, las mujeres-reloj cuidan de sus vientres rellenos y los calendarios blancos como el mármol o la cocaína atajan balas de goma.
Me dijo que Deleuze era como un pez que le marca el camino, pero que goza mucho más con Benjamin. Se acercó despacio hacia uno de mis poemas y se detuvo en un verso, en el peor. Me miró riéndose. Sacher-Masoch me torturaba y pensando en mis gritos daba forma a Severine. Sin embargo, yo ya escuchaba a Lou Reed.
Me gusta Sade.
Me aburren los hombres. Detesto a los hombres. Su simpleza, sus palabras monótonas. Odio a los hombres.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis, contemplando unas sábanas que solo de mí penden.
En días de gran calma, sobre el plato de un hombro puede viajar un vaso.
Aquí-amanece-gris-Y-el-viento-trae-violetas.
Qué vas a hacer mañana? Estoy absolutamente solo para siempre.
Yo lo leo y lo escucho y lo voy a ver al teatro desde antes que sea famoso, desde cuando estaba vivo.
Es de noche y tengo miedo, y no sólo eso, le digo.
Soñé que Lewis Carrol me retrataba. Se enamoraba de mí al regalarme el grabado. "Me gustan las Alicias", decía y repetía bajo una lámpara.
En vez de estallar suspiré.
Los borrachos me miraban como se mira atentamente una grieta en un muro viejo. Las prostitutas corrían angustiadas dando breves gritos y sujetando las polleritas coloradas y sus frascos de Prozac. Una dulce mejilla de Safo, una página de Bataille y un soneto de Keats. La tranquilidad de saber que todo esto son sueños y herencias de pesadillas de poeta triste.
Tengo miedo, le dije. Tengo miedo y no solo eso: en las espaldas de tu familia se adormece un insecto monstruoso y en el fondo de los candelabros rebozantes de flores juegan dos hadas.
Juegan dos hachas, quiero vale cuatro y al cuarto día se enloquecen las fechas, se pervierten los relojes, las mujeres-reloj cuidan de sus vientres rellenos y los calendarios blancos como el mármol o la cocaína atajan balas de goma.
Me dijo que Deleuze era como un pez que le marca el camino, pero que goza mucho más con Benjamin. Se acercó despacio hacia uno de mis poemas y se detuvo en un verso, en el peor. Me miró riéndose. Sacher-Masoch me torturaba y pensando en mis gritos daba forma a Severine. Sin embargo, yo ya escuchaba a Lou Reed.
Me gusta Sade.
Me aburren los hombres. Detesto a los hombres. Su simpleza, sus palabras monótonas. Odio a los hombres.
Vengo de comulgar y estoy en éxtasis, contemplando unas sábanas que solo de mí penden.
En días de gran calma, sobre el plato de un hombro puede viajar un vaso.
Aquí-amanece-gris-Y-el-viento-trae-violetas.
Qué vas a hacer mañana? Estoy absolutamente solo para siempre.
Yo lo leo y lo escucho y lo voy a ver al teatro desde antes que sea famoso, desde cuando estaba vivo.
Es de noche y tengo miedo, y no sólo eso, le digo.
Soñé que Lewis Carrol me retrataba. Se enamoraba de mí al regalarme el grabado. "Me gustan las Alicias", decía y repetía bajo una lámpara.
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