Wednesday, July 14, 2004

El escritor es un guerrero con una piel de oso cubriéndole el pecho y un hacha de mil kilos en la mano diestra. Un guerrero que, lo sabe, está destinado a morir cada vez que su arma y el de su oponente choquen y suenen. Un guerrero muerto por deshidratación en cada palabra, y el resto es silencio o canto de ave, no interesa. Pero el guerrero muere. Muere y recita sus últimos poemas malos antes de volver a morir, los recita a su copa o a sus alucinaciones o a las alucinaciones de sus alucinaciones. El escritor es un príncipe gordo sobre un camello, delante de cien mil soldados o palabras y cinco prostitutas. No lo van a vencer ni después de muerto. Sabe que va a morir en cada letra. Pero si destrozan las escrituras de su tumba, van a ver el mar.
El escritor es un dios que es las palabras de dios, aunque los dioses no hablen. Es el único dios que ríe.
No es nada, no es la belleza ni el misterio, su cerebro es una rosa es una rosa es una rosa y él es su frío entre las dos piernas.

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