Wednesday, September 08, 2004

I
Con serruchos cortaron los árboles, uno a uno hasta que quedó el silencio. Yo era muy chico y cada día hacía lo mismo. A la mañana me despertaba, iba al colegio, a la tarde dormía, o leía o miraba televisión. Hablaba con poca gente. Jugaba al fútbol. A la noche recorría la casa, una muy vieja casa de mi abuela, buscando algo. Tenía la piel blanca como el cielo y los ojos todavía vacíos. (En esta casa están todos locos.)

VIII
Hasta hace cinco meses viví en una pensión ubicada en Monserrat. Los domingos caminaba hasta San Telmo, iba básicamente a escuchar tangos y emborracharme desde tempranísimo hasta la noche. El resto de los días trabajaba. Era cadete de un abogado. Repartía papeles, hacía mandados o llamados, llamados a clientes, a jueces, esas cosas. Además, en esa época empecé a ir a la facultad. Así que trabajaba a la mañana, desde las siete hasta el mediodía, al mediodía iba a la facultad (estaba, como ahora, cursando el CBC), salía a las cinco y hacía el trabajo que me había restado. En total llegaba a la pensión a la medianoche para cocinar, lavar la ropa, todo eso. Dormía en la pensión. A la noche escuchaba disparos de escopetas o pistolas, y en estos últimos casos pensaba en Jarry, que tenía una pistola y le gustaba disparar. Monserrat es un barrio peligroso, me decían las personas. Una vez, en un bar, vi a un loco, un loco de manicomio, triste y reventado, temblaba, transpiraba, no daba más, de verdad no daba más, un baile de eucaliptos inyectado en mi nuca. Le hablé. Me vendió un libro de cuentos con dibujos de Disney para pintar: Mickey, Pluto, Tribilín. Como si a mi silencio le dieran un hachazo cortándolo al medio.
De las cenizas salían aves: dos azules y una marrón.
Algunos domingos, a la mañana y hasta tarde, iba a San Telmo.
¿Y si no fueran cenizas? ¿Y si fuera el cementerio de los libros olvidados y no impresos? ¿Y si fuera un Réquiem de un compositor olvidado por los siglos? ¿Un fantasma perfecto?
Un poco de ambas.
Una silueta ejemplar:
Renuncio a mis convicciones: Me pongo entre sus manos.

XV
Me saqué una foto con el dolor y pronuncié algunas cifras, fechas, nombres de autores de novelas policiales: media hora sin saber quién soy, media hora temblando. Claro que, al fin y al cabo, hasta un escenario hubiera sido demasiada cosa para mí en ese momento. Tuve que ponerme precio y me llevé a todos los chicos con mi flauta mágica. Sus flores de colores eran mi corazón.

XVI
A los quince estaba enamorado. La miré a los ojos hasta ver películas pornográficas, conchas de trapo y lana, colores cambiantes, clichés en blanco y negro, variedades de licor.
Dos años después me desperté con dolor de cabeza. Las sábanas estaban manchadas. La ventana había chupado todas las cosas.

XVII
Una dulce mejilla de Safo. El protagonista de toda esta historieta mira, con una rosa en la mano, al mundo desde el balcón de su quinto piso G. Todas las mujeres se dan vuelta para mirarlo y lo miran a los ojos, él les arroja besos a ellas y al viento, les arroja los pétalos de su rosa marchita a ellas y al viento. Sueña con vírgenes rubias, come rúculas, tiene una rosa en la mano. En las oscuras habitaciones del hotel los ladrones temen ser descubiertos. Pequeños suicidios silenciosos.

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