Thursday, November 25, 2004

No creo que las palabras puedan siquiera arrimarse a los sentimientos, pero la palabra "desesperación" es tan gráfica. Rebota en la cabeza, da vueltas por adentro de uno como un pez minúsculo adentro del tiburón que lo tragó.
Igualmente, no cumple su función comunicativa. Pero somos ingenuos, santos, no aprendemos. Tiramos los brazos hacia afuera del agua aunque sepamos que nos vamos a terminar ahogando. Pensamos en un salvavidas, aunque la costa ni siquiera exista. Y no conseguimos aprender que todos los salvavidas, indefectiblemente, se terminan hundiendo.
El arte, supongo, son esos brazasos de ahogado. Toda obra está arrastrada por la desesperación y sirve para apaciguarla un poco, pero sigue siendo inútil y la risa deja de ser dulce. El arte es hijo de una ignorancia determinada, la ignorancia de que de la desesperación no se vuelve y el hundimiento es indefectible. Puede apaciguarse un rato, retrasarse el tiempo que uno pueda permanecer escribiendo (que a veces es realmente mucho), pero el tiempo se dobla y se pliega como para dejar de existir o importar cuando se lo mira junto a la certeza de que el final existe y no es algo que desaparece, sino un punto de llegada, una terminal, en la que uno va a permanecer hasta la muerte.
Todo lo que empieza como comedia termina como un reponso en el vacío.


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