Thursday, December 30, 2004
Coro (fragmento)
II
Y fuimos una ciudad sobre ruedas rumbo al río.
Un giro más a la luna, un giro más a los labios
de la novia de Gabriel cuando dice que lo ama. Pero yo los miro
como la estatua que seré, como la estatua o la sombra de lo roto.
III
Salen de la ciudad nenas pelirrojas
cantando canciones de amor. Se nos rompe el corazón,
un giro más, una canción más.
Los techos de las casas son amplios, colorados.
Nos gusta un perfume llamado Agua de Serpiente.
Le pegué un grito para decirle que empezó a llover.
IV
Entre ellos y yo
algo cercano a la idea de conciencia.
La amplia experiencia dejó de servirnos, todo se mantiene
como un reloj o un laberinto.
A la madrugada alguien toca el timbre, es Belén
que ya no nos quiere. Le digo que está flaca,
que me haga caso, que coma algo. Le preparo a oscuras (me cortaron la luz hace una semana)
un plato de fideos con salsa y acaricio su nuca. ¿Creés que yo puedo querer a alguien?
Me dice mirando el plato de fideos y seguramente
ya sin hambre. Está triste porque el novio no la quiere,
porque de tanto repetirse que es gorda va a engordar,
porque entre ella y yo hay un invierno inevitable.
VI
Manos vacías y ojo abierto. Murió el pintor
que dibujaba las portadas de nuestros libros
(a los noventaitantos años). Todavía creemos en los abrazos y en las picaduras de mosquitos,
la cara de su madre rasgada hasta el llanto
y nos levantamos confundiendo a la luna (una luna llena para la cachetada)
deslizándonos por encima del mar. Gabriel se compró una moto
y su novia una cámara de fotos. Todavía creo en los bonsáis y en las picaduras de mosquitos,
Belén me abraza fuerte, me dice que me quiere, me dicta cuatro números al oído:
y durante la caída todos juntos nos arrastramos
como una nube muerta por encima del basurero
separados, en la mierda de la soledad
con la cara podrida en tierra
VII
¿Todavía escribís poemas de amor? El verde claro
bajo sus pestañas cuando parpadean como la luz.
La nieve nos cubre de entereza,
los castillos se quedaron solos,
solos a la orilla del río.
El desierto será el final feliz
de nuestras últimas poesías.
IX
La mano idiota como una tijera de plata.
Cantamos en idioma desconocido.
La fiebre baja, ganamos color.
A las ventanillas suben / los pájaros muertos de miedo / vestidos en musgo y silencio.
Yo no pedí tus favores ni tu piedad.
Las nubes van demasiado apuradas, los pescadores nos sonríen.
II
Y fuimos una ciudad sobre ruedas rumbo al río.
Un giro más a la luna, un giro más a los labios
de la novia de Gabriel cuando dice que lo ama. Pero yo los miro
como la estatua que seré, como la estatua o la sombra de lo roto.
III
Salen de la ciudad nenas pelirrojas
cantando canciones de amor. Se nos rompe el corazón,
un giro más, una canción más.
Los techos de las casas son amplios, colorados.
Nos gusta un perfume llamado Agua de Serpiente.
Le pegué un grito para decirle que empezó a llover.
IV
Entre ellos y yo
algo cercano a la idea de conciencia.
La amplia experiencia dejó de servirnos, todo se mantiene
como un reloj o un laberinto.
A la madrugada alguien toca el timbre, es Belén
que ya no nos quiere. Le digo que está flaca,
que me haga caso, que coma algo. Le preparo a oscuras (me cortaron la luz hace una semana)
un plato de fideos con salsa y acaricio su nuca. ¿Creés que yo puedo querer a alguien?
Me dice mirando el plato de fideos y seguramente
ya sin hambre. Está triste porque el novio no la quiere,
porque de tanto repetirse que es gorda va a engordar,
porque entre ella y yo hay un invierno inevitable.
VI
Manos vacías y ojo abierto. Murió el pintor
que dibujaba las portadas de nuestros libros
(a los noventaitantos años). Todavía creemos en los abrazos y en las picaduras de mosquitos,
la cara de su madre rasgada hasta el llanto
y nos levantamos confundiendo a la luna (una luna llena para la cachetada)
deslizándonos por encima del mar. Gabriel se compró una moto
y su novia una cámara de fotos. Todavía creo en los bonsáis y en las picaduras de mosquitos,
Belén me abraza fuerte, me dice que me quiere, me dicta cuatro números al oído:
y durante la caída todos juntos nos arrastramos
como una nube muerta por encima del basurero
separados, en la mierda de la soledad
con la cara podrida en tierra
VII
¿Todavía escribís poemas de amor? El verde claro
bajo sus pestañas cuando parpadean como la luz.
La nieve nos cubre de entereza,
los castillos se quedaron solos,
solos a la orilla del río.
El desierto será el final feliz
de nuestras últimas poesías.
IX
La mano idiota como una tijera de plata.
Cantamos en idioma desconocido.
La fiebre baja, ganamos color.
A las ventanillas suben / los pájaros muertos de miedo / vestidos en musgo y silencio.
Yo no pedí tus favores ni tu piedad.
Las nubes van demasiado apuradas, los pescadores nos sonríen.
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