Thursday, February 10, 2005

Bolaño y yo

Hace tres años tenía 15, me vestía de negro y me pintaba las uñas y estaba triste. Amaba a Melina que me amaba y a quien creo que voy a amar siempre pero en el fondo sabía que la relación estaba jodida desde que empezó. Sabía, como supe siempre, que soy o quiero ser escritor, escribía poemas que a veces leo y si bien por un lado me matan de verguenza, reconozco que no estaban tan mal como podrían y, como diría un cursi poeta holandés del siglo XIX, son hoy la prima forma de abrir las esclusas de la emoción. Recién había decidido que no voy a estudiar periodismo sino letras y que no me interesaba demasiado la plata, y hacía ya un par de años que me escapaba periódicamente de casa de mis padres, en un pueblito, para ver a mi novia, o diciéndoles que salía a ver a mi novia pero me iba a cualquier otro lado, durmiendo en la calle, pasando hambre -comiendo una vez cada tres días-, sin dinero y sufriendo verdaderamente mucho, más allá de los parámetros de un chico de 15 años. La pasaba de verdad mal. Ahora, a veces, cuando me siento mal o triste o desesperado, pienso en esa época de mierda en que no podía tirarme en la cama a llorar porque no tenía ni cama ni casa y me siento un poquito mejor.
Entonces empecé a frecuentar el departamento de un primo, digámosle J, que estaba a punto de recibirse de licenciado en letras. Me dio cosas para leer que estaban más allá de mis franceses y mis beats, pero sobre todo dos autores: Perlongher y Bolaño. Con Perlongher quedé alucinado, empecé a escribir como él. De Bolaño mi primo me hablaba más discretamente, yo no entendía que lo que le pasaba era que le costaba no temblar cuando hablaba de él. Me leyó en un tono muy afectado La Francesa, un poema que figura en el primer mes de este blog, me dio Los perros románticos para fotocopiar (que me robó mi mejor amiga y hoy no tengo la copia) y bajo la advertencia "es la primera y última vez que presto un libro de Bolaño" me dio Los detectives salvajes con la condición de que se lo devolviera en una semana porque "estaba trabajando con ese libro".
Lo leí tres veces en esa semana. Me enganchó mucho, me divirtió, pero yo en ese momento estaba para Perlongher. Igual, religiosamente, tras devolver el libro a mi primo J, lo robé de la librería Norte, en Las Heras y Pueyrredón.
De los perros románticos me gustó Lupe. "Sus piernas de leopardo se anudaban en mi cintura / y hundía su cabeza en mi pecho buscando mis pezones / o el latido de mi corazón. / Eso es lo que quiero chuparte, me dijo una noche. / ¿Qué, Lupe? El corazón". Bolaño me enseñó a escribir y a cojer.
A mí me gusta el Bolaño poeta. Voy a caer en el lugar común: soy de los que no creen en los géneros, no creo en las fronteras, y la poesía no me parece lo escrito en versos sino algo inherente, en mayor o menor medida, en todas las cosas, especialmente en la literatura, en cierta literatura.
Después vinieron los demás libros. Leí Amuleto y me gustó muchísimo más que LDS. La primera vez que lo leí dejé de leer en la parte en que van Belano con San Epifanio con el rey de los putos. Lo leía y me sentía duro, lo leía parado adelante de la computadora (en e-book) y a los saltos, en voz alta o a los gritos (o gemidos), transpirando y desparramando lágrimas (o rabia), desesperado y divertido, excitado y con ganas de boxearle a cualquiera (no, no a cualquiera, sino a Dios, que nunca estuvo durante dos meses en la calle sin un centavo para comer y gente que lo caga a palos a diario como yo sí estuve). Recién un año después pude leer el resto del libro, que, por supuesto, superó mis expectativas.
Corté con Melina y quedé, definitivamente, hecho mierda. Primero fue un mes de estar encerrado en un cuartito de 2x2 tomando whisky (desayunando con whisky) y escuchando a Chavela Vargas. Después me fui. Era un febrero de un verano maligno y vivía metido en El Ateneo por el aire acondicionado y por los libros de Bolaño que leía de a partes.
Leí Tres y sentí que en lo que respecta a mi escritura no quería encontrar mi voz, no quería mi estilo ni mis formas, sino escribir solamente como Bolaño.
Después, ya viviendo en un departamento horrible y solo leí (robé) los que me faltaban. Ya le estaba recomendando a todos los que tenía alrededor las novelas de Bolaño, y a ellos también les cambiaba la vida, pero como buen adolescente, sentí (y siento) que ninguno lo entendía. Una noche, durante el cumpleaños de mi primo J, dijo como al pasar "la semana pasada se murió Bolaño". Creo que se dio cuenta de que no hablé el resto de la noche. Cuando salí de la fiesta, un poco (muy poco) borracho, fui a una plaza a acostarme en el pasto y llorar toda la noche. A Nocturno de Chile recuerdo haberlo leído en 4 minutos, que seguramente fueron horas. El principio me dio un martillazo considerable, "Ahora me muero, pero tengo muchas cosas que decir todavía. Yo estaba en paz conmigo mismo. Mudo y en paz. Pero de improvisto surgieron las cosas. Ese jóven envejecido es el culpable". Afuera había una tormenta eléctrica y lo leí parado y hundido en el libro, llorando y temblando, con miedo, con verdadero miedo de que me pasara algo durante esa lectura, sintiéndome valiente y arriesgado y rabioso y sin saber qué haría cuando el libro terminara, si morirme tranquilo y realizado o drogarme hasta perder la conciencia.
Por suerte el libro ayuda. Es un párrafo de cien páginas, la tensión del libro entero se acumula en el final, hay ¡Hay un punto y a parte! y después del punto y aparte en el renglón siguiente decreta: "Y entonces se desata la tormenta de mierda". Tormenta de mierda. Cuánta perfección. Como Apolo y Dionisios haciendo un 69 sobre una losa de basalto bajo una tormenta de mierda, como la ebullición del hipotético 69 entre Apolo y Dionosios, con ambos reventando de semen al mismo tiempo y enchastrando a un cielo que no queremos ver mas sí intuir.
Leí la pista de hielo y lloré mientras temblaba. Leí El gaucho insufrible y Putas asesinas, los libros que publicó mientras escribía 2666 y no me gustaron nada. Leí Llamadas telefónicas y me encantó, pero lo consideré muy menor, como un ensayo, una práctica, un manual de estilo. Leí la novelita lumpen y me emocioné muchísimo. La literatura nazi es el que me afectó más orgánicamente, ya sea de miedo o de risa o de tristeza. Más que nada de risa. Le regalé a mi viejo Estrella Distante, una novela perfecta que me dio varias ideas sobre la literatura. Monsieur Pain me pareció lindo. Volví a leer Los Detectives Salvajes y me gustó mucho más que la primera vez. Leí Amberes y me dieron ganas de dejar de respirar, de que mi corazón dejara de latir y de ir a tomar cervezas con alguna amiga esa misma noche. Y pasé meses leyendo solamente esos libros, una vez y otra y otra, patológicamente, como por vicio, era tan común y natural estar leyendo a Bolaño como estar no leyéndolo, era simple y divertido y era un estado en el que quería estar siempre, caminando por la calle, viajando, comiendo, acostado, trabajando, hablando con gente, mientras chateaba, mientras lavaba los platos, mientras cagaba o meaba (aunque le errara al water), mientras ordenaba mis viviendas, todas transitorias.
Después, bueno, llegó 2666, que fue el cachetazo final. Lo robé el mismo día que salió a la venta, un sábado caluroso, y es algo sobre lo que no tengo nada que decir, como no tengo nada que decir sobre el sexo ni sobre el amor ni sobre mí ni sobre las mujeres ni sobre la luna, sobre ninguna luna, yo soy la luna.
Hoy es un día de calor, es febrero como cuando me peleé con Melina y me fui de mi casa a leer a Bolaño, estoy pudiendo dejar de leer 2666. Me estoy mudando a un departamento lindísimo y tengo contrato de dos años. Va a ser la primera vez en mi vida que pase dos años en un mismo lugar, y me siento bien. El departamento tiene una ventana de una pared entera por la que entra mucha luz. Estoy en un cyber horrible, afuera pareciera que se viene una tormenta calurosa, una de esas tormentas de verano que impelen a la rabia o a la melancolía. Cada tanto sueño que entro en un bar de San Telmo y lo veo desde lejos a Bolaño fumando en una mesa. Lo quiero invitar a un whisky pero no sé qué decir, cómo explicarle que el tema no es que me gusten sus libros, no soy un fanático suyo, no es eso, y mientras lo pienso salgo de ese sueño y entro en otro. También sueño, a veces, que tengo novia, que amo a una mujer que me ama y que me espera cuando vuelvo de pasarla mal, siempre en el mismo lugar. A veces sueño que camino desnudo por la calle y lo disfruto enormemente. Pero el sueño que más me inquieta es el de Bolaño. Afuera el viento se empieza a levantar. Tengo ganas de saltar, de gritar, de leer a Bolaño, de cantar y bailar mientras una noche pasa. De amar a una mujer y que una mujer me ame. Soy feliz, ya no estoy triste como a los 15 años, de verdad soy feliz dentro de lo posible, tengo muchas ganas de vivir y de escribir buenos libros y poemas. Soy un adolescente feliz y no pienso pedirle perdón a nadie. Tengo 18 años. Me llamo Manuel, pero todos me dicen Manu. A veces soy un exagerado, a veces soy un cursi, a veces no. Me gusta la música. Mi mejor amigo está en europa y prometió mandarme una postal de un lugar que no sea Italia, porque Italia no me gusta. Roberto Bolaño está muerto, yo tengo las uñas aceradas y tengo muchísimas ganas de vivir.






"Estoy con las ventanas abiertas, afuera llueve, una tormenta de verano, rayos, truenos, esas cosas que excitan o que impelen a la melancolía.¿Cómo está México? ¿Cómo están las calles de México, mi fantasma, los amigos invisibles? ¿Sigue en pie Al Este del Paraíso o ya entró en elsueño de los justos?
Cuando mejore mi economía apareceré por tu casa una noche cualquiera. Y si no, es igual. El trecho que recorrimos juntos de alguna manera es historia y permanece. Quiero decir: sospecho, intuyo que aún está vivo, en medio de la oscuridad, pero vivo y todavía, quién lo iba a decir, desafiante. Bueno, no nos pongamos estupendos. Estoy escribiendo una novela donde tú te llamas Ulises Lima. La novela se llama Los detectives salvajes.
Un fuerte abrazo. R."

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