Sunday, March 06, 2005
Fui con mi amigo a comer al cuartito. A 6 mesas de distancia estaba Majul. Yo estaba muy sacado, asi que me animé a pararme, acercarme y decirle: "Hola, el blog es tuyo o es un buen chiste?". Me miró muy feo (aunque no sé si ese hombre puede mirar lindo) y me dijo "no, es mío, es mío", asi que volví a mi mesa y seguí comiendo.
Volvíamos y pasamos por el teatro de ahí al lado, había algunos chicos que se nota que trabajan ahí, y dos chicas cantando (se nota que actúan en musicales), y me enamoré como dos veces.
Seguimos, mi amigo y yo por Corrientes, y me crucé a un conocido. Mi conocido vive en Liniers, es un puto pobre, creció en una industria en la que vive con otras 5 familias y la mayoría son obreros metalúrgicos, aunque él hace cosas de contaduría ("qué voy a ser obrero yo, mirá éstas manitos de puto triste"). Lo conozco porque siempre está con una chica travesti en la esquina de mi casa, en la plaza de uriburu y córdoba, y cuando estoy aburrido bajo y tomo cervezas con ellos. Mi amigo es un puto rico, de la alta sociedad (es El puto que hay en todas las familias de bien), vive en un departamento enorme en Plaza San Martín, a dos cuadras de el de mi abuelo. Insólitamente, mi amigo puto rico y mi conocido puto pobre se gustaron, asi que me preguntaron si podían ir a mi depto. Naturalmente, les dije que no. No será su sangre ni su semen ni el sudor el olor que huela cuando sueñe. Asi que están en un telo y yo estoy haciendo tiempo.
La vida concluye en el momento en que se la fotografía. Es casi un símbolo de Hollywood. Tara no tenía habitaciones en su interior. Era sólo una fachada. DAVID O. SELZNICK. El muchacho se acerca a la casa. Vereda de alerces. La Fronda. Collarde lágrimas. El amor es una mezcla de sentimentalismo y sexo(Burroughs).
Se pasean los fantasmas de Plaza Congreso por las escaleras de lapensión donde vivo transitoriamente. Tapado hasta las cejas, inmóvilen la cama, transpirando y repitiendo mentalmente palabras que noquieren decir nada los oigo revolverse, encender y apagar las luces,subir con una morosidad insoportable hacia la terraza. Yo soy la luna,propone alguien. El lenguaje de los otros es ininteligible para mí.«Cansado después de muchos días sin dormir»... «Una muchacha rubiabajó las escaleras»... «Me llamo Manuel, pero todos me dicen Manu»...«Abrí los brazos»... Tal vez fue la mafia. Tal vez sesuicidaron. Tal vez ha sido un sueño. El viento entre los árboles. ElRío de la Plata. Azul. El infierno que vendrá... Sophie Podolski se suicidó hace variosaños... Ahora tendría dieciocho, como yo. Alabaré estas callecitas y estos instantes. Paraguas de vagabundosabandonados en explanadas al fondo de las cuales se yerguensupermercados blancos. Es verano y los policías beben en la últimamesa del bar. Junto al parlante una muchacha escucha canciones de los'80. Enumerar es alabar, dijo la muchacha (diecisiete, poeta, pelo largo).¿Quién fue el primer ser humano quese asomó a una ventana? Probablemente debería dejarlotodo y rajar, ¿no lo hizo así Sor Juana? A lo lejos oyeron el ruido en sordina de una manifestación que veníapor calle Bolívar desde Plaza de Mayo. Será mejor que nos vayamosantes de que cierren la avenida, dijo el enano. El sargento no parecióescuchar, ensimismado en la contemplación de las ventanas oscuras congente que miraba el espectáculo. Vámonos rápido. ¿Pero adonde? No haycomisarías. Enumerar es alabar, se rió la muchacha. La misma pasión,hasta el infinito. No hay comisarías, no hay hospitales, no hay nada. Al menos no haynada que puedas conseguir con dinero. Soñé con una mujer sin boca, dice el tipo en la cama. No pude reprimiruna sonrisa. Las imágenes son empujadas nuevamente por el embudo.Mirá, le dije, conozco una historia tan triste como ésa. Le dije a mi amiga judía que era muytriste estar horas en un bar escuchando historias de esta clase. No habíanadie que tratara de cambiar de tema. La mierda goteaba de las frasesa la altura de los pechos, de tal manera que no pude seguir sentado yme aproximé a la barra. Historias de policías a la caza del emigrante.Bueno, nada espectacular, por supuesto, gente nerviosa por eldesempleo, etc. Éstas son las historias tristes que puedo contarte.Mirá, le dije, conozco una historia tan triste como ésa. Es unescritor peruano que vive en Quilmes. Se gana la vida trabajando en unacervecería. Nunca pidió nada a la vida, alcanza con tener un cuarto ytiempo libre para leer. Pero un día conoce a una muchacha que vive enotra ciudad y se enamora. Deciden casarse. La muchacha vendrá a vivircon él. Se plantea el primer problema: conseguir una casa losuficientemente grande para los dos. El segundo problema es de dóndesacar dinero para pagar esa casa. Después todo se encadena: un trabajocon ingresos fijos (en las cervecerías se trabaja a comisión, máscuarto, comida y una pequeña paga al mes), legalizar sus papeles,seguridad social, etc. Por lo pronto necesita dinero para ir a laciudad de su prometida. Un amigo le proporciona la posibilidad deescribir artículos para el suplemento cultural de un diarioimportante. Él piensa que con los cuatro primeros puede pagar elmicro de ida y vuelta y tal vez algunos días de alojamiento en unapensión barata. Escribe a su chica anunciando el viaje. Pero no puederedactar ningún artículo. Pasa las tardes sentado a una mesa de laterraza de la cervecería intentando escribir, pero no puede. No lesale nada, como vulgarmente se dice. El tipo reconoce que estáacabado. Sólo escribe breves textos policiales. El viaje se aleja desu futuro, se pierde, y él permanece apático, quieto, trabajando demanera automática entre miles de litros de cerveza Quilmes.Recuerdo que andaba de un lado para otro sin detenerse demasiadotiempo en ningún lugar. A veces tenía el pelo rojo, los ojos eranverdes. La muchacha había presenciadouna violación y el sargento pensó que podía servirle de testigo. Peroen realidad él iba detrás de otra cosa. Puso sus cartas sobre la mesa.Fundido en negro. De un salto estuvo de pie sobre la cama. A través delos vidrios sucios de la ventana se veían las estrellas. Recuerdo queera una noche fría y clara, desde el lugar donde se hallaba el policíase dominaba casi todo el matadero, los establos, el bar que casisiempre estaba cerrado, las habitaciones. Ella se asomó a la ventana ysonrió. Oyó pisadas que subían la escalera.En la pared alguien ha escrito mi único y verdadero amor. Se puso elcigarrillo entre los labios y esperó a que el tiempo se lo encendiera.Era blanca y pecosa y tenía el pelo color caoba. Mientras ella se metía en el cuarto de baño preparó café. La cocinatenía baldosas marrones, con arabescos, y parecía un gimnasio. Abriólas cortinas, en ninguna de las casas de enfrente había luz. Se quitóel vestido de satén y el tipo le encendió otro cigarrillo. Antes deque se bajara las bragas el tipo la puso en cuatro patas sobre lamullida alfombra blanca. Lo sintió buscar algo en el armario. Unarmario empotrado en la pared, de color rojo. Lo observó al revés, pordebajo de las piernas. El tipo le sonrió. Ahora alguien camina por unacalle donde sólo hay coches estacionados al lado de sus respectivasguaridas. En la avenida cuelga como un ahorcado el letrero luminoso delmejor restaurante del barrio, cerrado hace mucho tiempo. Las pisadasse pierden calle abajo, a lo lejos se ven las luces de algunosautomóviles. Ella dijo no. Escucha. Alguien está afuera. El tipo seacercó a la ventana, después regresó desnudo hacia la cama. Era pecosay a veces fingía dormir. La miró con una especie de dulzura desasidadesde el marco de la puerta. Alguien crea silencios para nosotros.Pegó su rostro al de ella hasta hacerle daño y se lo metió de un soloenvión. Tal vez gritó un poco. Desde la calle, sin embargo, no se oyónada. Se quedaron dormidos sin llegar a despegarse. Alguien se aleja.Vemos su espalda, sus pantalones sucios y sus botas con los taconesgastados. Entra en un bar y se acomoda en la barra como si sintieraescozor en todo el cuerpo. Sus movimientos producen una sensación vagae inquietante en el resto de los parroquianos. ¿Esto es San Telmo?,preguntó. El sargento parpadeó con un vigor similaral de Shakespeare. En una foto pequeña, en blanco y negro como todas, puede verse la playa y unpedacito del mar. Bastante borrosa. Sobre la arena hay algo escrito.Puede que sea un nombre, puede que no, tal vez sólo sean las pisadasdel fotógrafo.Es absurdo ver princesas encantadas en todas las minas que pasan.¿Quién te creés que sos, señor poeta? El adolescente flaco silbó conadmiración. Estábamos en la orilla y el cielo era muyazul. En fin, hay un montón de chicasbonitas acostadas en este momento con tecnócratas y ejecutivos. Acinco metros de donde me hallaba saltó una trucha. Apagué elcigarrillo y cerré los ojos. Primer plano de muchacha argentinaleyendo. Es rubia, tiene la nariz larga y es muy petisa. Se llamaMelina. Levanta la vista, mira hacia la cámara, sonríe: calles húmedasdespués de las lluvias de agosto, septiembre, en un San Fernando queya no existe. Camina por una calle de barrio vestida con abrigo blancoy botas. Con el dedo índice aprieta el botón del ascensor. El ascensorbaja, ella abre la puerta, pulsa el número del quinto piso (G) y semira en el espejo. Sólo un instante. Un hombre de treinta años,sentado en un sillón rojo, la mira entrar. El sujeto es morocho y lesonríe. Hablan pero sus palabras no son registradas en la bandasonora. De todas maneras se deben de decir cosas como qué tal te fue,estoy cansada, en la cocina hay tarta de jamón y queso y en elfreezer un pedazo de cheesecake, gracias, gracias, una cerveza en laheladera. Afuera llueve. La habitación es cálida, con muebles yalfombras árabes. Ambos están estirados en la cama. Leves relámpagosblancos, serpientes de plata. Abrazados y quietos, parecen niñosagotados. Aunque no tienen motivos para estarlo. La cámara los toma engran picado. Dame toda la información del mundo. Me quedé en silencio un momento y luego pregunté si él creía realmenteque Manuel Obligado ayudó al jorobadito sólo porque hacía años habíaestado enamorado de una ucraniana llamada Camila y el jorobadito eraruso. Sí, dijo el guitarrista, parece mala literatura para enamorados,pero no encuentro otra explicación, quiero decir que en esa épocaObligado no iba muy sobrado de solidaridad o desesperación, dos buenasrazones para ayudar al ruso. En cambio, de nostalgia...Hamlet y la Vita Nova, en ambas obras hay una respiración juvenil. Lainocencia, dijo el inglés, léase inmadurez. En Shakespeare están todaslas historias. En la pantalla sólo hay risas, risas silenciosas quesorprenden al espectador como si estuviera escuchando su propiaagonía. «Escribo en la pileta del camping, enCataluña, en octubre, cada vez hay menos personas y más moscas; amediados de mes no quedará nadie y los servicios de limpiezadesaparecerán; las moscas serán las dueñas de esto hasta finales demes o algo así. Extraño a San Telmo.»Huir juntos se transformó hace mucho en vivirjuntos y así la fidelidad del gesto quedó suspendida; el brillo depasado inmediato.Alguien parpadea un dormitorio azul. Ahora tiene dieciochoaños y sube al bondi. Fuma la última tuca, lleva el pelo corto, jeans,remera de la Velvet Underground, saco, borseguíes, parece haber tomadococaína. Está sentado del lado de la ventana; junto a él un obrero queregresa de Caballito. Se suben a un tren en la estación de Atocha, eljóven mira hacia atrás, la neblina cubre hasta las rodillas a uninspector de ferrocarriles. Fuma la anteúltima tuca, tose, pega lafrente contra la ventanilla del bondi. Ahora camina por una ciudaddesconocida, Cataluña, en la mano carga un bolso azul, tiene levantadoel cuello de una campera negra, hace frío, cada vez que respira expeleuna bocanada de humo, parece haber tomado cocaína. El mismo obrero quevio en Caballito, Buenos Aires, duerme con la cabeza apoyada sobre suhombro. Enciende una tuca y le quedan dos, mira la llanura de laspampas en una ciudad de campo llamada 9 de Julio, cierra los ojos. Lasiguiente escena es amarilla y fría y en la banda sonora revoloteanalgunos pájaros. (Como chiste privado, él dice: soy una jaula; luegocompra cocaína a una peruana en el Abasto y se aleja de la cámara.)Está sentado en una estación de trenes en España al atardecer, llenaun crucigrama, lee las noticias internacionales, sigue el vuelo de unavión, se humedece los labios con la lengua. Alguien tose en laoscuridad, una mañana clara y fría desde la ventana de un hotel; éltose, su pierna derecha tiembla. Sale a la calle, levanta el cuello desu campera de gamuza, sube el cierre. Compra una una bolsa de cocaínade $20 a una peruana en el Abasto, arma una línea sobre un libro(llamado Amberes), se detiene en la vereda junto a la vidriera de unajoyería, enciende una tuca y le quedan varias. Lleva el pelo corto.Camina con las manos metidas en los bolsillos del saco, se quema losdedos con la tuca. La escena es un primer plano del jóven argentinocon la frente apoyada en la ventanilla. El resto son pasillosminúsculos que en raras ocasiones llevan a alguna parte. El vidrioestá empañado. Ahora tiene dieciocho años y baja del bondi en PlazaItalia. Canta una canción de Nick Drake en silencio. Avanza por unacalle solitaria hasta su departamento solitario.La desconocida se abrió de piernas debajo de las sábanas. Un policíapuede mirar como quiera, todos los riesgos de la mirada ya han sidotraspuestos por él. Así que elcana apagó la luz y se bajó la bragueta. La muchacha cerró los ojoscuando él la puso bocabajo. Sintió la presión de sus pantalones contralas nalgas y el frío metálico de la hebilla del cinturón. «Hubo unavez una palabra»... (Toses)... «Una palabra para designar todoesto»... «Ahora sólo puedo decir: no temas»... Imágenes empujadas porel embudo. Sus dedos se hundieron entre los glúteos y ella no dijonada, ni siquiera un suspiro. El tipo estaba de lado, pero ella siguiócon la cabeza hundida entre las sábanas. Los dedos índice y medioentraron en su culo, relajó el esfínter y abrió la boca sin articularsonido. (Soñé un pasillo repleto de gente sin boca, dijo él, y elviejo le contestó: no temas.) Metió los dedos hasta el fondo, la chicagimió y alzó el culo, sintió que sus yemas palpaban algo queinstantáneamente nombró con la palabra estalagmita. Después pensó quepodía ser mierda, sin embargo el color del cuerpo que tocaba siguiófulgurando en verde y blanco, como la primera impresión. La muchachagimió roncamente. Pensó en la frase «la desconocida se perdió en elmetro» y sacó los dedos hasta la primera articulación. Luego losvolvió a hundir y con la mano libre tocó la frente de la muchacha.Sacó y metió los dedos. Apretó las sienes de la muchacha mientraspensaba que los dedos entraban y salían sin ningún adorno, sin ningunafigura literaria que les diera otra dimensión distinta que un par dededos gruesos incrustados en el culo de una desconocida. Las palabrasse detuvieron en el centro de una estación de metro. No había nadie.El policía parpadeó. Supongo que el riesgo de la mirada era algosuperado por el ejercicio de su profesión. La muchacha sudabaprofusamente y movía las piernas con sumo cuidado. Tenía el culomojado y a veces temblaba. Más tarde se acercó a mirar por la ventanay se pasó la lengua por los dientes. (Muchas palabras dientes sedeslizaron por el cristal. El viejo tosió después de decir no temas.)El pelo de ella estaba desparramado sobre la almohada. Se subióencima, dio la impresión de decirle algo al oído antes de ensartarla.Supimos que lo había hecho por el grito de la desconocida. Lasimágenes viajan en cámara lenta. Poné agua a calentar. El escritor, creo que era inglés, le confesó aljorobadito cuánto le costaba escribir. Sólo me salen frases sueltas,le dijo, tal vez porque la realidad me parece un enjambre de frasessueltas. Algo así debe de ser el desamparo, dijo el jorobadito. «Dale,llévenselo»...Camino por el parque, es otoño, parece que hay un tipo muerto. Hastaayer pensaba que mi vida podía ser diferente, estaba enamorado, etc.Solía caminar por el casco antiguo de San Telmo. Usaba una gabardinalarga y vieja, olía a tabaco negro y casi siempre llegaba con algunosminutos de anticipación a los escenarios más insólitos. Quiero decirque la pantalla se abría a la palabra insólito para que él apareciera.«Me gustaría hablar con usted con más calma», decía. Paseo Colón. Unobrero camina por la vereda, las manos en los bolsillos, masticando uncigarrillo con movimientos regulares. Chalets vacíos, cerradas lascontraventanas de madera. «Sáquese la ropa lentamente, no voy amirar.» La pantalla se abre como molusco. Recuerdo haber leído hacetiempo las declaraciones de un escritor inglés que decía cuántotrabajo le costaba mantener un tiempo verbal coherente. Ahora lo estoytranspirando yo. Utilizaba el verbo sufrir para dar una idea de susesfuerzos. Ahora soy yo el que sufre. Debajo de la gabardina no haynada, tal vez un ligero aire de jorobadito inmovilizado en lacontemplación de la judía, pisos arruinados de la calle Perú (el flacoRoberto Bolaño avanza a tropezones por el pasillo oscuro), héroes deinviernos que van quedando atrás. «Pero usted escribe, Montserrat, yresistirá estos días.» Se sacó la gabardina, la sujetó de los hombrosy luego la abofeteó. El vestido de ella cayó en cámara lenta sobre suabrigo de piel. En frío se puso a cuatro patas y le ofreció la grupa.Lo vi todo desde la otra habitación a través del orificio que alguienhabía taladrado para tal fin. Restregó su verga fláccida sobre susnalgas. Descuidadamente miró a un lado: la lluvia resbalaba por laventana. La pantalla ofrece la palabra «nervio». Luego «arboleda».Luego «solitaria». Luego la puerta se cierra.Tenía dieciocho años y estaba metida en el negocio de las drogas. Enaquel tiempo solía verla seguido y si ahora tuviera que hacer unidentikit de ella creo que no podría. Seguramente tenía nariz aguileñay durante algunos meses fue pelirroja; seguramente alguna vez la oíreírse detrás de los ventanales de un restaurante mientras yo esperabael bondi o simplemente caminaba bajo la lluvia. Tenía dieciocho años yuna vez cada quince días se metía en la cama con un policía ocupado dela investigación de tráfico de estupefacientes. En los sueños ellaaparece vestida con vaqueros y suéter negro y las pocas veces que seda vuelta a mirarme se ríe tontamente. El cana la ponía en cuatro patas yse agachaba junto al enchufe. El vibrador ya no tenía pilas y él selas ingenió para hacerlo funcionar con electricidad. El sol se filtrapor el verde de las cortinas, ella duerme con las medias hasta lostobillos, bocabajo, el pelo le cubre el rostro. En la siguiente escenala veo en el baño, asomada al espejo, luego exclama buenos días ysonríe. Era una muchacha dulce y que no evitaba ciertos compromisos:quiero decir que en ocasiones podía levantarte el ánimo o prestartealgo de dinero. El cana tenía una verga enorme, por lo menos ochocentímetros más larga que el consolador, y se la metía raras veces.Supongo que de esa manera era más feliz. Miraba con ojos acuosos supija erecta. Ella lo contemplaba desde la cama... Fumaba cigarrillosrubios y posiblemente alguna vez pensó que los muebles del dormitorioy hasta su amante eran cosas huecas a las que debía dotar desentido... Escena teñida de morado: aún sin bajarse las medias hastalos tobillos, relata lo que le ha pasado durante el día... El policía se aleja por una avenida sombreada de álamos. Sus ojos eranfríos, a veces aparece en mis pesadillas sentada en la sala de esperade una estación de micros. La soledad es una vertiente del egoísmonatural del ser humano. La persona amada un buen día te dirá que no teama y no entenderás nada. Eso me pasó a mí. Hubiera querido que meexplicara qué debía hacer para soportar su ausencia. No dijo nada.Sólo sobreviven los inventores. Cuando era chiquito soñaba con ser inventor.En mi sueño un vagabundo viejo y flacoaborda al policía para pedirle fuego. Al meter la mano en el bolsillopara sacar el encendedor el vagabundo le ensartó una navaja. El canacayó sin emitir ruido. (Estoy sentado en mi habitación de Palermo,inmóvil, solo muevo el brazo para escribir y llevarme el vaso a la boca.)Ahora le toca a ella perderse. Se suceden rostros de adolescentes enel espejo retrovisor de un automóvil. Un tic nervioso. Fisura, mitadsaliva, mitad café, en el labio inferior. La pelirroja se alejaarrastrando su moto por una avenida arbolada... «Asquerosamenteinmóvil»... «Le dice a la niebla: todo está bien, me quedo contigo»...Aquella Natalia ahora pesa 28 kilos. Está en el hospital y parece quese apaga. «Destruí tus frases libres.» No entendí hasta mucho despuésa qué se refería. Pusieron en duda mi honestidad, mi eficiencia,dijeron que dormía cuando me tocaba guardia. En realidad ellos estabanenjuiciando a otra persona y yo llegué casualmente en el momento menosindicado. La chica pesa ahora 28 kilos y es difícil que salga delhospital con vida. (Alguien aplaude. El pasillo está lleno de genteque abre la boca sin emitir sonido alguno.) ¿Una muchacha que yoconocí? No recuerdo a nadie con ese rostro ni con ese nombre, dije,posiblemente la conozca de internet y no haya pasado de chatear conella. En la pantalla de la computadora se proyecta una calle, unmuchacho borracho se dispone a cruzarla, aparece un autobús. ¿Elhombre dijo Natalia Hernández? Sólo me acuerdo de una muchacha flaca, de piernaslargas y pecosas, desnudándose al pie de la cama. La escenaahora transcurre en un callejón mal iluminado: una mujer de cuarentaaños fuma un cigarrillo apoyada en el quicio de una ventana en elcuarto piso. Escritura sin disciplina. Eran como cuarenta tipos, todos con sueldos de hambre. Cada mañana elgallego se reía estrepitosamente después de leer el diario. Lunacreciente en agosto. En septiembre estaré solo. En octubre y noviembreesperaré las moras.La única regla que existe es una niña pelirroja observándonos al finalde la reja. Mario lo entendió igual que yo, sólo que con pasionesdistintas. Los canas están cansados, hay escasez de gasolina y milesde jóvenes desempleados dando vueltas por Barcelona. (Mario está enParís, me dicen que tocando el saxo afuera del Pompidou y ya sincompañera.) Manos en proceso de fragmentación geométrica: escrituraque se sustrae así como se sustrae el amor, la amistad, los patiosrecurrentes de las pesadillas... Por momentos tengo la impresión deque todo esto es «interior»... Tal vez por esa razón vivo solo ydurante tres años no hice nada... (El tipo rara vez se lavaba, nonecesitaba escribir a computadora, le bastaba sentarse en un sillóndesvencijado para que las cosas huyeran por iniciativa propia)... ¿Unatardecer sorpresivo para el jorobadito? ¿Facciones de policía a menosde cinco centímetros de su rostro? ¿La lluvia realmente limpió losvidrios de la ventana?Pasa la sombra de una nube, una araña se detiene junto a su uña, expele el humo. «Larealidad apesta.» Supongo que todas las películas que he visto no meservirán de nada cuando me muera. Error. Te servirán, creeme. Seguíyendo al cine. Creo que el tipo dijo mierda o mamá, no sé...El tipoentró en el bar y tomó una cerveza. Pagó con dinero francés y metióel cambio en el bolsillo sin contarlo. Hablaba perfectamente español.Tenía una cámara de fotos que ahora está en los almacenes de lapolicía. Nadie lo vio jamás tomar una foto. Paseaba por la playa alatardecer. Cojieron, o como dice mi amigo, pim pam pum hasta el infinito.Majul puto.Imaginate la situación: la desconocida se oculta en el descanso de laescalera. Es un edificio viejo, mal iluminado y con ascensor derejilla. Rubias gordas, jóvenes andaluzas seguras de gustar y entreellas la muchacha desconocida, su boca de guillotina, paseando por elpasado y el futuro como un rostro cinematográfico. Imaginé mi cuerpoabandonado en el campo, a pocos metros de las primeras casas delpueblo. Curiosos y niños. No es el Paraíso, pero se le parece. Lamuchacha baja las escaleras lentamente. Recuerdo una noche en la estación ferroviaria de Mérida. Mi amigadormía dentro de la bolsa y yo velaba con un cuchillo en el bolsillo dela chaqueta, sin ganas de leer. Bueno... Aparecieron frases, quierodecir, en ningún momento cerré los ojos ni me puse a pensar, sino quelas frases literalmente aparecieron, como anuncios luminosos en mediode la sala de espera vacía. En el otro lado, en el suelo, dormía unvagabundo, y junto a mí dormía mi amiga Belén y yo era el únicodespierto en toda la silenciosa y asquerosa estación de Mérida. Miamiga respiraba tranquila bajo la bolsa de dormir roja y eso metranquilizaba. El vagabundo a veces roncaba, a veces hablaba ensueños, hacía días que no se afeitaba y usaba su chaqueta de almohada.Con la mano izquierda se cubría el pecho. Las frases aparecieron comonoticias en un marcador electrónico. Letras blancas, no muybrillantes, en medio de la sala de espera. Los zapatos del vagabundoestaban puestos a la altura de su cabeza. Una de las medias teníala punta completamente agujereada. A veces mi amiga se movía. Lapuerta que daba a la calle era amarilla y la pintura presentaba enalgunos lugares un aspecto desolador. Quiero decir muy tenue y almismo tiempo completamente desolador. Pensé que el vagabundo podía serun tipo violento. Frases. Agarré el cuchillo sin llegar a sacarlo delbolsillo y esperé la siguiente frase. A lo lejos escuché el silbato deun tren y el sonido del reloj de la estación. Estoy salvado, pensé,íbamos camino a Portugal y eso sucedió hace tiempo. Mi amiga respiró.El vagabundo me ofreció un poco de coñac de una botella. Hablamos unosminutos y luego nos callamos hasta que llegó el amanecer.Lo que vendrá. El viento entre los árboles. Todo es proyección de unpibe solo y desamparado.El viento y la lluvia entre los árboles, como unacortina de locos. Similar a un fantasma en una playa desierta: elviento mueve, levanta el pijama, lo aleja por la arena hasta hacerlodesaparecer en medio de un ataque de asma o de un largo bostezo. «Comoun cohete abierto en canal»... «El modo poético de decir que ya noamás los callejones iluminados por patrullas de policia»... «La melódicavoz del sargento hablando con acento gallego»... «Chicos de tu edadque se conformarían con tan poco»... «Es una pena»... «Existe unaespecie de danza que se transforma en labios»... «Los labios modulanfrases silenciosas»... Pozos de agua clara en el camino. Viste a untipo tirado entre los árboles y seguiste corriendo. Las primeras morasEn el vagón una muchacha solitaria. Mira por la ventanilla. Afueratodo se desdobla: campos arados, bosques, casas blancas, pueblos,suburbios, basureros, fábricas, perros y niños que levantan la mano ydicen chau. Apareció Lola Muriel. Agosto 2003. Sueño rostros queabren la boca y no pueden hablar. Lo intentan pero no pueden. Sus ojosazules me miran pero no pueden. Después camino por el pasillo de unapensión en Monserrat. Despierto transpirando. Lola tiene los ojosazules y lee los cuentos de Poe junto a la pileta, mientras las otraschicas hablan de pirámides y de selvas. Sueño que veo llover enbarrios que reconozco pero en los cuales no he estado jamás. Caminopor una galería solitaria. Nunca estuve en Buenos Aires, pienso. Veorostros que abren la boca y no pueden hablar y cierran los ojos.Despierto transpirando. ¿Agosto 2003? ¿Una andaluza de dieciocho años?¿El vigilante nocturno, loco de amor?El silencio ronda en los patios sin dejar papeles escritos, aquelloque después llamaremos obra. El silencio lee cartas sentado en unbalcón. Pájaros como ronquera, como mujer de voz grave. Ya no pidotoda la soledad del amor ni la paz del amor ni los espejos. Elsilencio esplende en los pasillos vacíos, en las radios que ya nadieescucha. El silencio es el amor así como tu voz ronca es un pájaro. Yno existe obra que justifique la lentitud de movimientos y losobstáculos. No existe obra que justifique el aburrimiento. Repliegue de alas. Todo es repliegue de alas ysilencio, así en la muchacha gorda que no se atreve a meterse en lapileta como en el jorobadito. La mano de ella apagó la radio... «Hasta dentro de un tiempo, nunca más solo»...Dijo que amaba los días movidos. Miré el cielo. «Días movidos», ademásde insectos y nubes que descendían hasta los matorrales.La boca se abrió pero elautor no pudo escuchar nada. Pensó en el silencio y después pensó «noexiste», «caballos», «luna menguante de agosto». Alguien aplaudiódesde el vacío. Dije que suponía que eso era la felicidad.Las grandes estupideces. Muchacha desconocida que retorna a la escenadel camping desierto. Bar desierto, recepción desierta, parcelasdesiertas. Este es tu pueblo fantasma del Oeste. Dijo: finalmente nosdestrozarán a todos. (¿Hasta a las muchachas bonitas? No, por favor, a ustedes no) Me reí de sudesamparo. El doble lleno de aprensión hacia sí mismo porque no podíaevitar enamorarse una vez por día por lo menos. Después una sucesión deinodoros portátiles, reediciones baratas, muchachos vomitando mientrasen la terraza silenciosa baila una niña subnormal. Toda escrituraextremada en el límite esconde una máscara blanca. Eso es todo.Siempre hay una jodida máscara. El resto: pobre Manu, escribiendo soloen una estación de tren. Querida Meli, hubo una vez que hablé con vos por teléfono más de unahora sin darme cuenta de que habías colgado. Fue desde un teléfonopúblico de la calle Bolívar, en la esquina del Rufián Melancólico.Ahora estoy en un bar de la costa catalana, me duele la garganta ytengo poca plata. La italiana dijo que regresaba a Milán a trabajar,aunque se cansara. No sé si citaba a Pavese o realmente no tenía ganasde volver. Creo que le voy a pedir al enfermero del camping algúnantibiótico. La escena se disgrega geométricamente. Aparece una playasolitaria a las ocho de la noche, altos cirros anaranjados; a lo lejoscaminan, en dirección contraria al que observa, un grupo de cincopersonas en fila india. El viento levanta una cortina de arena y loscubre. San Telmo con vos era mejor que todo esto. Te amo, siempre tevoy a amar.No puedes regresar. Este mundo de policías y ladrones y extranjerossin papeles en regla es demasiado fuerte para ti. La palabra fuertesignifica que es cómodo, un mundo liviano, sin entropía, un mundo queconoces y del que no puedes desprenderte. Como un tatuaje. Muchas cosasson como un tatuaje, parecen eternas asi que en mi cabeza lo son.Existe una enfermedad secreta que se llama Melina y aparece por las noches.Así es como es, dijo, una ligera sensación de fracaso se va acentuandoy el cuerpo se acostumbra a eso. No podés evitar el vacío de la mismamanera que no podés evitar cruzar calles si vivís en la ciudad, conel agravante de que a veces la calle es interminablemente ancha, losedificios parecen bodegas de películas de gángsters y algunos tiposescogen las peores horas para pensar en sus madres. «Gángsters»corresponde a «madres».
De lo perdido, de lo irremediablemente perdido, sólo deseo recuperarla disponibilidad cotidiana de mi escritura, líneas capaces de agarrarmedel pelo y levantarme cuando mi cuerpo ya no quiera aguantar más.(Significativo, dijo el extranjero.) A lo humano y a lo divino. Comoesos versos de Leopardi que Li Po recitaría en un puente nórdico paraarmarse de coraje, así sea mi escritura.
Volvíamos y pasamos por el teatro de ahí al lado, había algunos chicos que se nota que trabajan ahí, y dos chicas cantando (se nota que actúan en musicales), y me enamoré como dos veces.
Seguimos, mi amigo y yo por Corrientes, y me crucé a un conocido. Mi conocido vive en Liniers, es un puto pobre, creció en una industria en la que vive con otras 5 familias y la mayoría son obreros metalúrgicos, aunque él hace cosas de contaduría ("qué voy a ser obrero yo, mirá éstas manitos de puto triste"). Lo conozco porque siempre está con una chica travesti en la esquina de mi casa, en la plaza de uriburu y córdoba, y cuando estoy aburrido bajo y tomo cervezas con ellos. Mi amigo es un puto rico, de la alta sociedad (es El puto que hay en todas las familias de bien), vive en un departamento enorme en Plaza San Martín, a dos cuadras de el de mi abuelo. Insólitamente, mi amigo puto rico y mi conocido puto pobre se gustaron, asi que me preguntaron si podían ir a mi depto. Naturalmente, les dije que no. No será su sangre ni su semen ni el sudor el olor que huela cuando sueñe. Asi que están en un telo y yo estoy haciendo tiempo.
La vida concluye en el momento en que se la fotografía. Es casi un símbolo de Hollywood. Tara no tenía habitaciones en su interior. Era sólo una fachada. DAVID O. SELZNICK. El muchacho se acerca a la casa. Vereda de alerces. La Fronda. Collarde lágrimas. El amor es una mezcla de sentimentalismo y sexo(Burroughs).
Se pasean los fantasmas de Plaza Congreso por las escaleras de lapensión donde vivo transitoriamente. Tapado hasta las cejas, inmóvilen la cama, transpirando y repitiendo mentalmente palabras que noquieren decir nada los oigo revolverse, encender y apagar las luces,subir con una morosidad insoportable hacia la terraza. Yo soy la luna,propone alguien. El lenguaje de los otros es ininteligible para mí.«Cansado después de muchos días sin dormir»... «Una muchacha rubiabajó las escaleras»... «Me llamo Manuel, pero todos me dicen Manu»...«Abrí los brazos»... Tal vez fue la mafia. Tal vez sesuicidaron. Tal vez ha sido un sueño. El viento entre los árboles. ElRío de la Plata. Azul. El infierno que vendrá... Sophie Podolski se suicidó hace variosaños... Ahora tendría dieciocho, como yo. Alabaré estas callecitas y estos instantes. Paraguas de vagabundosabandonados en explanadas al fondo de las cuales se yerguensupermercados blancos. Es verano y los policías beben en la últimamesa del bar. Junto al parlante una muchacha escucha canciones de los'80. Enumerar es alabar, dijo la muchacha (diecisiete, poeta, pelo largo).¿Quién fue el primer ser humano quese asomó a una ventana? Probablemente debería dejarlotodo y rajar, ¿no lo hizo así Sor Juana? A lo lejos oyeron el ruido en sordina de una manifestación que veníapor calle Bolívar desde Plaza de Mayo. Será mejor que nos vayamosantes de que cierren la avenida, dijo el enano. El sargento no parecióescuchar, ensimismado en la contemplación de las ventanas oscuras congente que miraba el espectáculo. Vámonos rápido. ¿Pero adonde? No haycomisarías. Enumerar es alabar, se rió la muchacha. La misma pasión,hasta el infinito. No hay comisarías, no hay hospitales, no hay nada. Al menos no haynada que puedas conseguir con dinero. Soñé con una mujer sin boca, dice el tipo en la cama. No pude reprimiruna sonrisa. Las imágenes son empujadas nuevamente por el embudo.Mirá, le dije, conozco una historia tan triste como ésa. Le dije a mi amiga judía que era muytriste estar horas en un bar escuchando historias de esta clase. No habíanadie que tratara de cambiar de tema. La mierda goteaba de las frasesa la altura de los pechos, de tal manera que no pude seguir sentado yme aproximé a la barra. Historias de policías a la caza del emigrante.Bueno, nada espectacular, por supuesto, gente nerviosa por eldesempleo, etc. Éstas son las historias tristes que puedo contarte.Mirá, le dije, conozco una historia tan triste como ésa. Es unescritor peruano que vive en Quilmes. Se gana la vida trabajando en unacervecería. Nunca pidió nada a la vida, alcanza con tener un cuarto ytiempo libre para leer. Pero un día conoce a una muchacha que vive enotra ciudad y se enamora. Deciden casarse. La muchacha vendrá a vivircon él. Se plantea el primer problema: conseguir una casa losuficientemente grande para los dos. El segundo problema es de dóndesacar dinero para pagar esa casa. Después todo se encadena: un trabajocon ingresos fijos (en las cervecerías se trabaja a comisión, máscuarto, comida y una pequeña paga al mes), legalizar sus papeles,seguridad social, etc. Por lo pronto necesita dinero para ir a laciudad de su prometida. Un amigo le proporciona la posibilidad deescribir artículos para el suplemento cultural de un diarioimportante. Él piensa que con los cuatro primeros puede pagar elmicro de ida y vuelta y tal vez algunos días de alojamiento en unapensión barata. Escribe a su chica anunciando el viaje. Pero no puederedactar ningún artículo. Pasa las tardes sentado a una mesa de laterraza de la cervecería intentando escribir, pero no puede. No lesale nada, como vulgarmente se dice. El tipo reconoce que estáacabado. Sólo escribe breves textos policiales. El viaje se aleja desu futuro, se pierde, y él permanece apático, quieto, trabajando demanera automática entre miles de litros de cerveza Quilmes.Recuerdo que andaba de un lado para otro sin detenerse demasiadotiempo en ningún lugar. A veces tenía el pelo rojo, los ojos eranverdes. La muchacha había presenciadouna violación y el sargento pensó que podía servirle de testigo. Peroen realidad él iba detrás de otra cosa. Puso sus cartas sobre la mesa.Fundido en negro. De un salto estuvo de pie sobre la cama. A través delos vidrios sucios de la ventana se veían las estrellas. Recuerdo queera una noche fría y clara, desde el lugar donde se hallaba el policíase dominaba casi todo el matadero, los establos, el bar que casisiempre estaba cerrado, las habitaciones. Ella se asomó a la ventana ysonrió. Oyó pisadas que subían la escalera.En la pared alguien ha escrito mi único y verdadero amor. Se puso elcigarrillo entre los labios y esperó a que el tiempo se lo encendiera.Era blanca y pecosa y tenía el pelo color caoba. Mientras ella se metía en el cuarto de baño preparó café. La cocinatenía baldosas marrones, con arabescos, y parecía un gimnasio. Abriólas cortinas, en ninguna de las casas de enfrente había luz. Se quitóel vestido de satén y el tipo le encendió otro cigarrillo. Antes deque se bajara las bragas el tipo la puso en cuatro patas sobre lamullida alfombra blanca. Lo sintió buscar algo en el armario. Unarmario empotrado en la pared, de color rojo. Lo observó al revés, pordebajo de las piernas. El tipo le sonrió. Ahora alguien camina por unacalle donde sólo hay coches estacionados al lado de sus respectivasguaridas. En la avenida cuelga como un ahorcado el letrero luminoso delmejor restaurante del barrio, cerrado hace mucho tiempo. Las pisadasse pierden calle abajo, a lo lejos se ven las luces de algunosautomóviles. Ella dijo no. Escucha. Alguien está afuera. El tipo seacercó a la ventana, después regresó desnudo hacia la cama. Era pecosay a veces fingía dormir. La miró con una especie de dulzura desasidadesde el marco de la puerta. Alguien crea silencios para nosotros.Pegó su rostro al de ella hasta hacerle daño y se lo metió de un soloenvión. Tal vez gritó un poco. Desde la calle, sin embargo, no se oyónada. Se quedaron dormidos sin llegar a despegarse. Alguien se aleja.Vemos su espalda, sus pantalones sucios y sus botas con los taconesgastados. Entra en un bar y se acomoda en la barra como si sintieraescozor en todo el cuerpo. Sus movimientos producen una sensación vagae inquietante en el resto de los parroquianos. ¿Esto es San Telmo?,preguntó. El sargento parpadeó con un vigor similaral de Shakespeare. En una foto pequeña, en blanco y negro como todas, puede verse la playa y unpedacito del mar. Bastante borrosa. Sobre la arena hay algo escrito.Puede que sea un nombre, puede que no, tal vez sólo sean las pisadasdel fotógrafo.Es absurdo ver princesas encantadas en todas las minas que pasan.¿Quién te creés que sos, señor poeta? El adolescente flaco silbó conadmiración. Estábamos en la orilla y el cielo era muyazul. En fin, hay un montón de chicasbonitas acostadas en este momento con tecnócratas y ejecutivos. Acinco metros de donde me hallaba saltó una trucha. Apagué elcigarrillo y cerré los ojos. Primer plano de muchacha argentinaleyendo. Es rubia, tiene la nariz larga y es muy petisa. Se llamaMelina. Levanta la vista, mira hacia la cámara, sonríe: calles húmedasdespués de las lluvias de agosto, septiembre, en un San Fernando queya no existe. Camina por una calle de barrio vestida con abrigo blancoy botas. Con el dedo índice aprieta el botón del ascensor. El ascensorbaja, ella abre la puerta, pulsa el número del quinto piso (G) y semira en el espejo. Sólo un instante. Un hombre de treinta años,sentado en un sillón rojo, la mira entrar. El sujeto es morocho y lesonríe. Hablan pero sus palabras no son registradas en la bandasonora. De todas maneras se deben de decir cosas como qué tal te fue,estoy cansada, en la cocina hay tarta de jamón y queso y en elfreezer un pedazo de cheesecake, gracias, gracias, una cerveza en laheladera. Afuera llueve. La habitación es cálida, con muebles yalfombras árabes. Ambos están estirados en la cama. Leves relámpagosblancos, serpientes de plata. Abrazados y quietos, parecen niñosagotados. Aunque no tienen motivos para estarlo. La cámara los toma engran picado. Dame toda la información del mundo. Me quedé en silencio un momento y luego pregunté si él creía realmenteque Manuel Obligado ayudó al jorobadito sólo porque hacía años habíaestado enamorado de una ucraniana llamada Camila y el jorobadito eraruso. Sí, dijo el guitarrista, parece mala literatura para enamorados,pero no encuentro otra explicación, quiero decir que en esa épocaObligado no iba muy sobrado de solidaridad o desesperación, dos buenasrazones para ayudar al ruso. En cambio, de nostalgia...Hamlet y la Vita Nova, en ambas obras hay una respiración juvenil. Lainocencia, dijo el inglés, léase inmadurez. En Shakespeare están todaslas historias. En la pantalla sólo hay risas, risas silenciosas quesorprenden al espectador como si estuviera escuchando su propiaagonía. «Escribo en la pileta del camping, enCataluña, en octubre, cada vez hay menos personas y más moscas; amediados de mes no quedará nadie y los servicios de limpiezadesaparecerán; las moscas serán las dueñas de esto hasta finales demes o algo así. Extraño a San Telmo.»Huir juntos se transformó hace mucho en vivirjuntos y así la fidelidad del gesto quedó suspendida; el brillo depasado inmediato.Alguien parpadea un dormitorio azul. Ahora tiene dieciochoaños y sube al bondi. Fuma la última tuca, lleva el pelo corto, jeans,remera de la Velvet Underground, saco, borseguíes, parece haber tomadococaína. Está sentado del lado de la ventana; junto a él un obrero queregresa de Caballito. Se suben a un tren en la estación de Atocha, eljóven mira hacia atrás, la neblina cubre hasta las rodillas a uninspector de ferrocarriles. Fuma la anteúltima tuca, tose, pega lafrente contra la ventanilla del bondi. Ahora camina por una ciudaddesconocida, Cataluña, en la mano carga un bolso azul, tiene levantadoel cuello de una campera negra, hace frío, cada vez que respira expeleuna bocanada de humo, parece haber tomado cocaína. El mismo obrero quevio en Caballito, Buenos Aires, duerme con la cabeza apoyada sobre suhombro. Enciende una tuca y le quedan dos, mira la llanura de laspampas en una ciudad de campo llamada 9 de Julio, cierra los ojos. Lasiguiente escena es amarilla y fría y en la banda sonora revoloteanalgunos pájaros. (Como chiste privado, él dice: soy una jaula; luegocompra cocaína a una peruana en el Abasto y se aleja de la cámara.)Está sentado en una estación de trenes en España al atardecer, llenaun crucigrama, lee las noticias internacionales, sigue el vuelo de unavión, se humedece los labios con la lengua. Alguien tose en laoscuridad, una mañana clara y fría desde la ventana de un hotel; éltose, su pierna derecha tiembla. Sale a la calle, levanta el cuello desu campera de gamuza, sube el cierre. Compra una una bolsa de cocaínade $20 a una peruana en el Abasto, arma una línea sobre un libro(llamado Amberes), se detiene en la vereda junto a la vidriera de unajoyería, enciende una tuca y le quedan varias. Lleva el pelo corto.Camina con las manos metidas en los bolsillos del saco, se quema losdedos con la tuca. La escena es un primer plano del jóven argentinocon la frente apoyada en la ventanilla. El resto son pasillosminúsculos que en raras ocasiones llevan a alguna parte. El vidrioestá empañado. Ahora tiene dieciocho años y baja del bondi en PlazaItalia. Canta una canción de Nick Drake en silencio. Avanza por unacalle solitaria hasta su departamento solitario.La desconocida se abrió de piernas debajo de las sábanas. Un policíapuede mirar como quiera, todos los riesgos de la mirada ya han sidotraspuestos por él. Así que elcana apagó la luz y se bajó la bragueta. La muchacha cerró los ojoscuando él la puso bocabajo. Sintió la presión de sus pantalones contralas nalgas y el frío metálico de la hebilla del cinturón. «Hubo unavez una palabra»... (Toses)... «Una palabra para designar todoesto»... «Ahora sólo puedo decir: no temas»... Imágenes empujadas porel embudo. Sus dedos se hundieron entre los glúteos y ella no dijonada, ni siquiera un suspiro. El tipo estaba de lado, pero ella siguiócon la cabeza hundida entre las sábanas. Los dedos índice y medioentraron en su culo, relajó el esfínter y abrió la boca sin articularsonido. (Soñé un pasillo repleto de gente sin boca, dijo él, y elviejo le contestó: no temas.) Metió los dedos hasta el fondo, la chicagimió y alzó el culo, sintió que sus yemas palpaban algo queinstantáneamente nombró con la palabra estalagmita. Después pensó quepodía ser mierda, sin embargo el color del cuerpo que tocaba siguiófulgurando en verde y blanco, como la primera impresión. La muchachagimió roncamente. Pensó en la frase «la desconocida se perdió en elmetro» y sacó los dedos hasta la primera articulación. Luego losvolvió a hundir y con la mano libre tocó la frente de la muchacha.Sacó y metió los dedos. Apretó las sienes de la muchacha mientraspensaba que los dedos entraban y salían sin ningún adorno, sin ningunafigura literaria que les diera otra dimensión distinta que un par dededos gruesos incrustados en el culo de una desconocida. Las palabrasse detuvieron en el centro de una estación de metro. No había nadie.El policía parpadeó. Supongo que el riesgo de la mirada era algosuperado por el ejercicio de su profesión. La muchacha sudabaprofusamente y movía las piernas con sumo cuidado. Tenía el culomojado y a veces temblaba. Más tarde se acercó a mirar por la ventanay se pasó la lengua por los dientes. (Muchas palabras dientes sedeslizaron por el cristal. El viejo tosió después de decir no temas.)El pelo de ella estaba desparramado sobre la almohada. Se subióencima, dio la impresión de decirle algo al oído antes de ensartarla.Supimos que lo había hecho por el grito de la desconocida. Lasimágenes viajan en cámara lenta. Poné agua a calentar. El escritor, creo que era inglés, le confesó aljorobadito cuánto le costaba escribir. Sólo me salen frases sueltas,le dijo, tal vez porque la realidad me parece un enjambre de frasessueltas. Algo así debe de ser el desamparo, dijo el jorobadito. «Dale,llévenselo»...Camino por el parque, es otoño, parece que hay un tipo muerto. Hastaayer pensaba que mi vida podía ser diferente, estaba enamorado, etc.Solía caminar por el casco antiguo de San Telmo. Usaba una gabardinalarga y vieja, olía a tabaco negro y casi siempre llegaba con algunosminutos de anticipación a los escenarios más insólitos. Quiero decirque la pantalla se abría a la palabra insólito para que él apareciera.«Me gustaría hablar con usted con más calma», decía. Paseo Colón. Unobrero camina por la vereda, las manos en los bolsillos, masticando uncigarrillo con movimientos regulares. Chalets vacíos, cerradas lascontraventanas de madera. «Sáquese la ropa lentamente, no voy amirar.» La pantalla se abre como molusco. Recuerdo haber leído hacetiempo las declaraciones de un escritor inglés que decía cuántotrabajo le costaba mantener un tiempo verbal coherente. Ahora lo estoytranspirando yo. Utilizaba el verbo sufrir para dar una idea de susesfuerzos. Ahora soy yo el que sufre. Debajo de la gabardina no haynada, tal vez un ligero aire de jorobadito inmovilizado en lacontemplación de la judía, pisos arruinados de la calle Perú (el flacoRoberto Bolaño avanza a tropezones por el pasillo oscuro), héroes deinviernos que van quedando atrás. «Pero usted escribe, Montserrat, yresistirá estos días.» Se sacó la gabardina, la sujetó de los hombrosy luego la abofeteó. El vestido de ella cayó en cámara lenta sobre suabrigo de piel. En frío se puso a cuatro patas y le ofreció la grupa.Lo vi todo desde la otra habitación a través del orificio que alguienhabía taladrado para tal fin. Restregó su verga fláccida sobre susnalgas. Descuidadamente miró a un lado: la lluvia resbalaba por laventana. La pantalla ofrece la palabra «nervio». Luego «arboleda».Luego «solitaria». Luego la puerta se cierra.Tenía dieciocho años y estaba metida en el negocio de las drogas. Enaquel tiempo solía verla seguido y si ahora tuviera que hacer unidentikit de ella creo que no podría. Seguramente tenía nariz aguileñay durante algunos meses fue pelirroja; seguramente alguna vez la oíreírse detrás de los ventanales de un restaurante mientras yo esperabael bondi o simplemente caminaba bajo la lluvia. Tenía dieciocho años yuna vez cada quince días se metía en la cama con un policía ocupado dela investigación de tráfico de estupefacientes. En los sueños ellaaparece vestida con vaqueros y suéter negro y las pocas veces que seda vuelta a mirarme se ríe tontamente. El cana la ponía en cuatro patas yse agachaba junto al enchufe. El vibrador ya no tenía pilas y él selas ingenió para hacerlo funcionar con electricidad. El sol se filtrapor el verde de las cortinas, ella duerme con las medias hasta lostobillos, bocabajo, el pelo le cubre el rostro. En la siguiente escenala veo en el baño, asomada al espejo, luego exclama buenos días ysonríe. Era una muchacha dulce y que no evitaba ciertos compromisos:quiero decir que en ocasiones podía levantarte el ánimo o prestartealgo de dinero. El cana tenía una verga enorme, por lo menos ochocentímetros más larga que el consolador, y se la metía raras veces.Supongo que de esa manera era más feliz. Miraba con ojos acuosos supija erecta. Ella lo contemplaba desde la cama... Fumaba cigarrillosrubios y posiblemente alguna vez pensó que los muebles del dormitorioy hasta su amante eran cosas huecas a las que debía dotar desentido... Escena teñida de morado: aún sin bajarse las medias hastalos tobillos, relata lo que le ha pasado durante el día... El policía se aleja por una avenida sombreada de álamos. Sus ojos eranfríos, a veces aparece en mis pesadillas sentada en la sala de esperade una estación de micros. La soledad es una vertiente del egoísmonatural del ser humano. La persona amada un buen día te dirá que no teama y no entenderás nada. Eso me pasó a mí. Hubiera querido que meexplicara qué debía hacer para soportar su ausencia. No dijo nada.Sólo sobreviven los inventores. Cuando era chiquito soñaba con ser inventor.En mi sueño un vagabundo viejo y flacoaborda al policía para pedirle fuego. Al meter la mano en el bolsillopara sacar el encendedor el vagabundo le ensartó una navaja. El canacayó sin emitir ruido. (Estoy sentado en mi habitación de Palermo,inmóvil, solo muevo el brazo para escribir y llevarme el vaso a la boca.)Ahora le toca a ella perderse. Se suceden rostros de adolescentes enel espejo retrovisor de un automóvil. Un tic nervioso. Fisura, mitadsaliva, mitad café, en el labio inferior. La pelirroja se alejaarrastrando su moto por una avenida arbolada... «Asquerosamenteinmóvil»... «Le dice a la niebla: todo está bien, me quedo contigo»...Aquella Natalia ahora pesa 28 kilos. Está en el hospital y parece quese apaga. «Destruí tus frases libres.» No entendí hasta mucho despuésa qué se refería. Pusieron en duda mi honestidad, mi eficiencia,dijeron que dormía cuando me tocaba guardia. En realidad ellos estabanenjuiciando a otra persona y yo llegué casualmente en el momento menosindicado. La chica pesa ahora 28 kilos y es difícil que salga delhospital con vida. (Alguien aplaude. El pasillo está lleno de genteque abre la boca sin emitir sonido alguno.) ¿Una muchacha que yoconocí? No recuerdo a nadie con ese rostro ni con ese nombre, dije,posiblemente la conozca de internet y no haya pasado de chatear conella. En la pantalla de la computadora se proyecta una calle, unmuchacho borracho se dispone a cruzarla, aparece un autobús. ¿Elhombre dijo Natalia Hernández? Sólo me acuerdo de una muchacha flaca, de piernaslargas y pecosas, desnudándose al pie de la cama. La escenaahora transcurre en un callejón mal iluminado: una mujer de cuarentaaños fuma un cigarrillo apoyada en el quicio de una ventana en elcuarto piso. Escritura sin disciplina. Eran como cuarenta tipos, todos con sueldos de hambre. Cada mañana elgallego se reía estrepitosamente después de leer el diario. Lunacreciente en agosto. En septiembre estaré solo. En octubre y noviembreesperaré las moras.La única regla que existe es una niña pelirroja observándonos al finalde la reja. Mario lo entendió igual que yo, sólo que con pasionesdistintas. Los canas están cansados, hay escasez de gasolina y milesde jóvenes desempleados dando vueltas por Barcelona. (Mario está enParís, me dicen que tocando el saxo afuera del Pompidou y ya sincompañera.) Manos en proceso de fragmentación geométrica: escrituraque se sustrae así como se sustrae el amor, la amistad, los patiosrecurrentes de las pesadillas... Por momentos tengo la impresión deque todo esto es «interior»... Tal vez por esa razón vivo solo ydurante tres años no hice nada... (El tipo rara vez se lavaba, nonecesitaba escribir a computadora, le bastaba sentarse en un sillóndesvencijado para que las cosas huyeran por iniciativa propia)... ¿Unatardecer sorpresivo para el jorobadito? ¿Facciones de policía a menosde cinco centímetros de su rostro? ¿La lluvia realmente limpió losvidrios de la ventana?Pasa la sombra de una nube, una araña se detiene junto a su uña, expele el humo. «Larealidad apesta.» Supongo que todas las películas que he visto no meservirán de nada cuando me muera. Error. Te servirán, creeme. Seguíyendo al cine. Creo que el tipo dijo mierda o mamá, no sé...El tipoentró en el bar y tomó una cerveza. Pagó con dinero francés y metióel cambio en el bolsillo sin contarlo. Hablaba perfectamente español.Tenía una cámara de fotos que ahora está en los almacenes de lapolicía. Nadie lo vio jamás tomar una foto. Paseaba por la playa alatardecer. Cojieron, o como dice mi amigo, pim pam pum hasta el infinito.Majul puto.Imaginate la situación: la desconocida se oculta en el descanso de laescalera. Es un edificio viejo, mal iluminado y con ascensor derejilla. Rubias gordas, jóvenes andaluzas seguras de gustar y entreellas la muchacha desconocida, su boca de guillotina, paseando por elpasado y el futuro como un rostro cinematográfico. Imaginé mi cuerpoabandonado en el campo, a pocos metros de las primeras casas delpueblo. Curiosos y niños. No es el Paraíso, pero se le parece. Lamuchacha baja las escaleras lentamente. Recuerdo una noche en la estación ferroviaria de Mérida. Mi amigadormía dentro de la bolsa y yo velaba con un cuchillo en el bolsillo dela chaqueta, sin ganas de leer. Bueno... Aparecieron frases, quierodecir, en ningún momento cerré los ojos ni me puse a pensar, sino quelas frases literalmente aparecieron, como anuncios luminosos en mediode la sala de espera vacía. En el otro lado, en el suelo, dormía unvagabundo, y junto a mí dormía mi amiga Belén y yo era el únicodespierto en toda la silenciosa y asquerosa estación de Mérida. Miamiga respiraba tranquila bajo la bolsa de dormir roja y eso metranquilizaba. El vagabundo a veces roncaba, a veces hablaba ensueños, hacía días que no se afeitaba y usaba su chaqueta de almohada.Con la mano izquierda se cubría el pecho. Las frases aparecieron comonoticias en un marcador electrónico. Letras blancas, no muybrillantes, en medio de la sala de espera. Los zapatos del vagabundoestaban puestos a la altura de su cabeza. Una de las medias teníala punta completamente agujereada. A veces mi amiga se movía. Lapuerta que daba a la calle era amarilla y la pintura presentaba enalgunos lugares un aspecto desolador. Quiero decir muy tenue y almismo tiempo completamente desolador. Pensé que el vagabundo podía serun tipo violento. Frases. Agarré el cuchillo sin llegar a sacarlo delbolsillo y esperé la siguiente frase. A lo lejos escuché el silbato deun tren y el sonido del reloj de la estación. Estoy salvado, pensé,íbamos camino a Portugal y eso sucedió hace tiempo. Mi amiga respiró.El vagabundo me ofreció un poco de coñac de una botella. Hablamos unosminutos y luego nos callamos hasta que llegó el amanecer.Lo que vendrá. El viento entre los árboles. Todo es proyección de unpibe solo y desamparado.El viento y la lluvia entre los árboles, como unacortina de locos. Similar a un fantasma en una playa desierta: elviento mueve, levanta el pijama, lo aleja por la arena hasta hacerlodesaparecer en medio de un ataque de asma o de un largo bostezo. «Comoun cohete abierto en canal»... «El modo poético de decir que ya noamás los callejones iluminados por patrullas de policia»... «La melódicavoz del sargento hablando con acento gallego»... «Chicos de tu edadque se conformarían con tan poco»... «Es una pena»... «Existe unaespecie de danza que se transforma en labios»... «Los labios modulanfrases silenciosas»... Pozos de agua clara en el camino. Viste a untipo tirado entre los árboles y seguiste corriendo. Las primeras morasEn el vagón una muchacha solitaria. Mira por la ventanilla. Afueratodo se desdobla: campos arados, bosques, casas blancas, pueblos,suburbios, basureros, fábricas, perros y niños que levantan la mano ydicen chau. Apareció Lola Muriel. Agosto 2003. Sueño rostros queabren la boca y no pueden hablar. Lo intentan pero no pueden. Sus ojosazules me miran pero no pueden. Después camino por el pasillo de unapensión en Monserrat. Despierto transpirando. Lola tiene los ojosazules y lee los cuentos de Poe junto a la pileta, mientras las otraschicas hablan de pirámides y de selvas. Sueño que veo llover enbarrios que reconozco pero en los cuales no he estado jamás. Caminopor una galería solitaria. Nunca estuve en Buenos Aires, pienso. Veorostros que abren la boca y no pueden hablar y cierran los ojos.Despierto transpirando. ¿Agosto 2003? ¿Una andaluza de dieciocho años?¿El vigilante nocturno, loco de amor?El silencio ronda en los patios sin dejar papeles escritos, aquelloque después llamaremos obra. El silencio lee cartas sentado en unbalcón. Pájaros como ronquera, como mujer de voz grave. Ya no pidotoda la soledad del amor ni la paz del amor ni los espejos. Elsilencio esplende en los pasillos vacíos, en las radios que ya nadieescucha. El silencio es el amor así como tu voz ronca es un pájaro. Yno existe obra que justifique la lentitud de movimientos y losobstáculos. No existe obra que justifique el aburrimiento. Repliegue de alas. Todo es repliegue de alas ysilencio, así en la muchacha gorda que no se atreve a meterse en lapileta como en el jorobadito. La mano de ella apagó la radio... «Hasta dentro de un tiempo, nunca más solo»...Dijo que amaba los días movidos. Miré el cielo. «Días movidos», ademásde insectos y nubes que descendían hasta los matorrales.La boca se abrió pero elautor no pudo escuchar nada. Pensó en el silencio y después pensó «noexiste», «caballos», «luna menguante de agosto». Alguien aplaudiódesde el vacío. Dije que suponía que eso era la felicidad.Las grandes estupideces. Muchacha desconocida que retorna a la escenadel camping desierto. Bar desierto, recepción desierta, parcelasdesiertas. Este es tu pueblo fantasma del Oeste. Dijo: finalmente nosdestrozarán a todos. (¿Hasta a las muchachas bonitas? No, por favor, a ustedes no) Me reí de sudesamparo. El doble lleno de aprensión hacia sí mismo porque no podíaevitar enamorarse una vez por día por lo menos. Después una sucesión deinodoros portátiles, reediciones baratas, muchachos vomitando mientrasen la terraza silenciosa baila una niña subnormal. Toda escrituraextremada en el límite esconde una máscara blanca. Eso es todo.Siempre hay una jodida máscara. El resto: pobre Manu, escribiendo soloen una estación de tren. Querida Meli, hubo una vez que hablé con vos por teléfono más de unahora sin darme cuenta de que habías colgado. Fue desde un teléfonopúblico de la calle Bolívar, en la esquina del Rufián Melancólico.Ahora estoy en un bar de la costa catalana, me duele la garganta ytengo poca plata. La italiana dijo que regresaba a Milán a trabajar,aunque se cansara. No sé si citaba a Pavese o realmente no tenía ganasde volver. Creo que le voy a pedir al enfermero del camping algúnantibiótico. La escena se disgrega geométricamente. Aparece una playasolitaria a las ocho de la noche, altos cirros anaranjados; a lo lejoscaminan, en dirección contraria al que observa, un grupo de cincopersonas en fila india. El viento levanta una cortina de arena y loscubre. San Telmo con vos era mejor que todo esto. Te amo, siempre tevoy a amar.No puedes regresar. Este mundo de policías y ladrones y extranjerossin papeles en regla es demasiado fuerte para ti. La palabra fuertesignifica que es cómodo, un mundo liviano, sin entropía, un mundo queconoces y del que no puedes desprenderte. Como un tatuaje. Muchas cosasson como un tatuaje, parecen eternas asi que en mi cabeza lo son.Existe una enfermedad secreta que se llama Melina y aparece por las noches.Así es como es, dijo, una ligera sensación de fracaso se va acentuandoy el cuerpo se acostumbra a eso. No podés evitar el vacío de la mismamanera que no podés evitar cruzar calles si vivís en la ciudad, conel agravante de que a veces la calle es interminablemente ancha, losedificios parecen bodegas de películas de gángsters y algunos tiposescogen las peores horas para pensar en sus madres. «Gángsters»corresponde a «madres».
De lo perdido, de lo irremediablemente perdido, sólo deseo recuperarla disponibilidad cotidiana de mi escritura, líneas capaces de agarrarmedel pelo y levantarme cuando mi cuerpo ya no quiera aguantar más.(Significativo, dijo el extranjero.) A lo humano y a lo divino. Comoesos versos de Leopardi que Li Po recitaría en un puente nórdico paraarmarse de coraje, así sea mi escritura.
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