Friday, October 14, 2005

Entro al bar y apenas entro la veo. Flaquísima, pelo castaño claro, sola, con 4 botellas de cerveza vacías (de litro, obvio), discman, anteojos lindísimos, vestida divina, leyendo algo que no llego a ver qué es. Le pregunto al dueño del bar, que es amigo, y me dice que es la primera vez que la ve. Le pregunto qué pidió. Sánguche de bondiola con queso brie. ¿Tienen queso brie? ¿porqué nunca me dijiste que tenés queso brie? Justo hoy tenemos, nunca tenemos queso brie y justo hoy tenemos. ¿Todas esas cervezas son de ella o vino con otra gente que ya se fué? Son de ella.
Mientras como leyendo a Bustos Domecq no puedo parar de mirarla, por momentos rozando lo grosero. Ella me mira. Me sonríe. Le sonrío. Después de un rato la escena se repite: le sonrío, me sonríe y posteriormente se agacha para ver qué estoy leyendo.
Juro que la culpa de todo lo que pasó después (pido la cuenta, pago y me voy sin cruzar palabra) es culpa de mi pelo. Mañana mismo, sábado a la mañana, voy a la peluquería.

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