Sunday, January 15, 2006
En la noche del 9 al 10 de febrero de 1799 soñé que, hallándome de viaje, comí en una posada, o más precisamente, en una taberna del camino, donde había gente jugando a los dados. Sentado frente a mí, un joven bien vestido y de aspecto un tanto dudoso tomaba su sopa sin preocuparse de quienes lo rodeaban, de pie o sentados; cada dos o tres tragos lanzaba al aire una cucharada de sopa que al punto volvía a pescar con su cuchara y deglutía tranquilamente. Lo que en este sueño me parece particularmente curioso es que hice mi observación habitual de que tales cosas no podían ser inventadas, de que era preciso verlas (a ningún novelista se le hubieran ocurrido), y, sin embargo, yo acababa de inventar todo aquello en ese momento. Junto a los jugadores de dados, una mujer alta y descarnada estaba haciendo calceta. Le pregunté qué se podía ganar con ese juego: Nada, me dijo, y al preguntarle yo si se podía perder algo, replicó: No. Me pareció un juego importante.
A veces me da la tentación de decir que Lichtenberg es mi único filósofo, pero lo cierto es que está Pascal y que está Diógenes, que era un bromista de primera, y que está Wittgenstein. Igualmente yo encuentro consuelo en Lichtenberg, en sus espejos, en sus vaivenes sentimentales, en su duda y en su gusto, que a veces son la misma cosa.
El párrafo que transcribí prefigura a Kafka y a buena parte de la literatura del siglo XX. Es también el compendio de la Ilustración y sobre él se puede fundar una cultura. Ese párrafo anticipa su muerte, el 24 de febrero, catorce días después del sueño, como si la muerte hubiera golpeado la pesada puerta de roble de la casa de Lichtenberg con una botella de vino en la mano para conversar y emborracharse con él dos semanas antes del encuentro final. ¿Y como se porta el filósofo de Gotinga cuando recuerda la visita de tan distinguida dama? Con humor y con curiosidad, los dos elementos más importantes de la inteligencia.
A veces me da la tentación de decir que Lichtenberg es mi único filósofo, pero lo cierto es que está Pascal y que está Diógenes, que era un bromista de primera, y que está Wittgenstein. Igualmente yo encuentro consuelo en Lichtenberg, en sus espejos, en sus vaivenes sentimentales, en su duda y en su gusto, que a veces son la misma cosa.
El párrafo que transcribí prefigura a Kafka y a buena parte de la literatura del siglo XX. Es también el compendio de la Ilustración y sobre él se puede fundar una cultura. Ese párrafo anticipa su muerte, el 24 de febrero, catorce días después del sueño, como si la muerte hubiera golpeado la pesada puerta de roble de la casa de Lichtenberg con una botella de vino en la mano para conversar y emborracharse con él dos semanas antes del encuentro final. ¿Y como se porta el filósofo de Gotinga cuando recuerda la visita de tan distinguida dama? Con humor y con curiosidad, los dos elementos más importantes de la inteligencia.
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