Friday, April 14, 2006

Le doux amour des hommes

El miércoles a la noche salí a tomar cervezas con N.
Pasamos por cuatro o cinco bares distintos, hablamos por supuesto de relaciones con las mujeres, después caminamos, etcétera.
Se subió a un colectivo y seguí caminando. Iba por Uriburu, por en frente de una plaza, a media cuadra de Córdoba, a una cuadra de mi departamento. Me entretuve escribiendo un mensaje de texto y cuando levanté la cabeza había un chico evidentemente falopeado, de unos diecisiete años, con una remera de La Renga. Me dijo que le diera la plata. "No jodas". Me dijo tengo un caño, no lo quiero usar, me reí. "No tenés ni para la pasta y decís que tenés un caño?". Me pegó en la cara.
Después empecé a sangrar y empecé a pegarle. Él se cayó al piso y yo le seguía pegando en toda la cara y el cuello (tengo la mano muy lastimada). Salí caminando a mi departamento chorreando sangre, pensaba que me había hecho pelota, pero cuando me pude lavar vi que era solamente un corte en el labio. Me puse hielo, salió el sol. Sonó el timbre: era el portero, llegó siguiendo el rastro de sangre, quería saber qué pasó, le conté. "Pensé que había un asesinato, había un charco de sangre en el ascensor". Me reí, me acosté en la cama y me quedé dormido. Al otro día me desperté a las cinco de la tarde y leí a Schwob. A la noche miré dos películas con A (ahora somos amigos, dos pelis orientales, Tale from Cinema y la de Kurosawa, Loft, no nos gustó ninguna) y después me llevó al hospital Rivadavia, donde el médico me dijo que fui un boludo, que tendría que haber ido antes, que me hubieran tenido que dar un punto pero ya es tarde, que me va a quedar una cicatriz.
Hoy me desperté con fiebre y tras alterar la vida de varias personas conseguí plata para antibióticos, calmantes, desinfectantes, etcétera. La llamé a A para contarle que todo bien.
Miré una película francesa, de Civeyrac, una película lindísima, divina, sobre un poeta francés de activa vida sentimental y sexual que conoce a una adicta, se enamora, se van al campo, son felices y ella muere.
Me da la sensación de que las personas como yo no viven: imitan. Nos drogamos o nos emborrachamos, lloramos porque perdimos una mujer, escribimos poemas y, mas tarde, libros, buscamos editarlos, nos vamos de viaje y si llueve en Paris nos quedamos mirando por la ventana. Nos limitamos a cumplir una serie de convenciones bastante claras y sin riesgo, tenemos éxito o fracasamos. Y llega un momento (normalmente durante la adolescencia) en que nos damos cuenta de que no existimos, de que hay una diferencia entre realidad y ficción. Las personas como nosostros no viven: imitan, como un pierrot italiano.
Es muy triste morir cuando se aman tantas cosas.

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