Friday, March 02, 2007

Tarde, a la noche
acomodé una serie de estantes,
papeles, cosas innecesarias.
Pongo todo en su lugar.
Me acomodo el pelo, pero no me decido
por ningún peinado.
Desde un octavo piso en Buenos Aires
las cosas desaparecen, una tras otra.
Hay mucha gente en diciembre
con llaves aferradas al puño,
con siluetas rarísimas,
los ojos desorbitados.
Este flequillo queda un poco mejor.
Estoy tan lindo, debería
prepararle otro té a Mariana
y despertarla. Debería hacer mis ejercicios,
comparar mi estilo, repetir en mi cabeza
el número de teléfono de Andrés Gándara.
En diciembre (o en agosto) hay personas
(personas hermosísimas) con los ojos
desorbitados, las llaves
de su vivienda apretadas en el puño.
Es lógico quedarse en silencio.
Caminar a la madrugada, tres cuadras
y volver. Ya no estoy para esos trotes.
El agua del té hierbe y una idea recurrente
(sin trama ni forma, pura idea) vuelve
una dos, cinco veces a ser pronunciada
en pensamientos. Un artista del trapecio.
Miro por encima de tu hombro. No es mentira.
Colecciono estantes. No es mentira.

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