Sunday, March 16, 2008
I
Cuando volví del bar
después de escribir
te encontré en la cama:
tapada hasta los ojos,
iluminada levemente
por la televisión.
Me miraste acercarme
y hablamos
del hambre y la comida:
esta noche
no hay nada
de comer.
Tus ojos
cuando te abracé
se volvieron flexibles:
leímos mis poemas nuevos,
una cacería impotente
que siempre puede cansar.
II
Si te reflejo
reflejo solamente
tus manos.
El resto, la perfección,
la espera y el resto,
esa tonalidad que te hace ajena,
los recorridos, el resto,
se refleja en otras personas
en otros barrios
y en otras decisiones.
III
Teniendo en cuenta
cómo el filo de los pétalos
nació y creció y se arrastró
(sin discusión posible)
en Oriente hace milenios,
hoy, suponemos,
es posible encontrar ideas
en los huecos de un caracol.
Así un recuerdo propio, timidamente
se extiende:
un departamento, colgado en la nada
durante los dos años
que el contrato garantiza
se va llenando (y no a la inversa)
de muebles y objetos
para un día injustificadamente
volverse a vaciar.
IV
Anoche mientras comía
sentí fundirse
todas las metáforas
de mi juego de azar.
Estuve triste, tomé vino,
quise llamar a un amigo
e intentar contarlo todo.
Lo pensé de dos maneras posibles:
fracaso y homenaje.
¿Cuales perlitas
-quise saber-
debería sujetar más fuerte?
Pero no lo pregunté
hasta 48 horas más tarde.
¿Cuántas veces corresponde
describir de formas diversas
el mismo aburrimiento?
¿Cuándo, mis amigos,
terminaremos con todo esto?
Por suerte un cuerpo es complejo:
hay pulsiones lentas
y hay pulsiones rápidas
y cada persona puede
elegir a preferencia.
V
Con pinceladas lentas te enteraste
qué difícil ruborizar las mejillas
en la tela. Yo estaba concentrado en mis cuadernos
pero propusiste descansar y tomar un vino
que podía ser la literatura.
Hablamos un rato
del trabajo, de no dejarnos engañar,
nos preocupaba disfrutar del juego
por sobre casi todas las cosas.
A mí en general el alcohol me pone triste
o muy nervioso y no queda un vaso
sano a la redonda. Pero apoyado en tu ventana
el tiempo es más ancho y menos aburrido.
Nunca esperamos un desenlace
a situaciones como ésta:
nos resulta fácil querernos un rato
para volver vos al acrílico,
yo a mis cuaderrnos desordenados,
muy cerca uno del otro,
sin tenerle miedo a nada.
VI
Hay pocas cosas
que durante el crecimiento
estén tan protegidas.
Nuestro caso es particular;
la curva sonriente
de tu cuello y de tu espalda
asiente siempre al ritmo
en que elijas caminar.
Algunas partes de tu piel
brillan más que otras
pero siempre en contraste
con mi espesura de borracho.
No sirve el calor
y no sirven los reflejos:
es una elección constante,
quebrantable,
con objetos que durante el tiempo
seguimos cambiando de lugar.
VII
Lo que antes era una salida
ahora no es una salida.
Lo que era el ritmo de la luz
prendiéndose y apagándose
hasta que el foco se queme
ahora estoy seguro de que no es
el ritmo de la luz que se prende
y se apaga hasta quemarse.
No sé si hablarte
lento y con voz baja
para ir sacándote el miedo.
Esperamos: con un brazo en tus hombros
(el único brazo que no me tiembla
colocado alrededor de tus hombros),
los pies lejanos, todo el miedo del mundo:
una batalla de verdad
se acerca por la llanura
de Avenida Córdoba
pero somos jóvenes e imposibles,
podemos soportarlo todo
y lo tenemos todo para amarnos.
Cuando volví del bar
después de escribir
te encontré en la cama:
tapada hasta los ojos,
iluminada levemente
por la televisión.
Me miraste acercarme
y hablamos
del hambre y la comida:
esta noche
no hay nada
de comer.
Tus ojos
cuando te abracé
se volvieron flexibles:
leímos mis poemas nuevos,
una cacería impotente
que siempre puede cansar.
II
Si te reflejo
reflejo solamente
tus manos.
El resto, la perfección,
la espera y el resto,
esa tonalidad que te hace ajena,
los recorridos, el resto,
se refleja en otras personas
en otros barrios
y en otras decisiones.
III
Teniendo en cuenta
cómo el filo de los pétalos
nació y creció y se arrastró
(sin discusión posible)
en Oriente hace milenios,
hoy, suponemos,
es posible encontrar ideas
en los huecos de un caracol.
Así un recuerdo propio, timidamente
se extiende:
un departamento, colgado en la nada
durante los dos años
que el contrato garantiza
se va llenando (y no a la inversa)
de muebles y objetos
para un día injustificadamente
volverse a vaciar.
IV
Anoche mientras comía
sentí fundirse
todas las metáforas
de mi juego de azar.
Estuve triste, tomé vino,
quise llamar a un amigo
e intentar contarlo todo.
Lo pensé de dos maneras posibles:
fracaso y homenaje.
¿Cuales perlitas
-quise saber-
debería sujetar más fuerte?
Pero no lo pregunté
hasta 48 horas más tarde.
¿Cuántas veces corresponde
describir de formas diversas
el mismo aburrimiento?
¿Cuándo, mis amigos,
terminaremos con todo esto?
Por suerte un cuerpo es complejo:
hay pulsiones lentas
y hay pulsiones rápidas
y cada persona puede
elegir a preferencia.
V
Con pinceladas lentas te enteraste
qué difícil ruborizar las mejillas
en la tela. Yo estaba concentrado en mis cuadernos
pero propusiste descansar y tomar un vino
que podía ser la literatura.
Hablamos un rato
del trabajo, de no dejarnos engañar,
nos preocupaba disfrutar del juego
por sobre casi todas las cosas.
A mí en general el alcohol me pone triste
o muy nervioso y no queda un vaso
sano a la redonda. Pero apoyado en tu ventana
el tiempo es más ancho y menos aburrido.
Nunca esperamos un desenlace
a situaciones como ésta:
nos resulta fácil querernos un rato
para volver vos al acrílico,
yo a mis cuaderrnos desordenados,
muy cerca uno del otro,
sin tenerle miedo a nada.
VI
Hay pocas cosas
que durante el crecimiento
estén tan protegidas.
Nuestro caso es particular;
la curva sonriente
de tu cuello y de tu espalda
asiente siempre al ritmo
en que elijas caminar.
Algunas partes de tu piel
brillan más que otras
pero siempre en contraste
con mi espesura de borracho.
No sirve el calor
y no sirven los reflejos:
es una elección constante,
quebrantable,
con objetos que durante el tiempo
seguimos cambiando de lugar.
VII
Lo que antes era una salida
ahora no es una salida.
Lo que era el ritmo de la luz
prendiéndose y apagándose
hasta que el foco se queme
ahora estoy seguro de que no es
el ritmo de la luz que se prende
y se apaga hasta quemarse.
No sé si hablarte
lento y con voz baja
para ir sacándote el miedo.
Esperamos: con un brazo en tus hombros
(el único brazo que no me tiembla
colocado alrededor de tus hombros),
los pies lejanos, todo el miedo del mundo:
una batalla de verdad
se acerca por la llanura
de Avenida Córdoba
pero somos jóvenes e imposibles,
podemos soportarlo todo
y lo tenemos todo para amarnos.
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